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Columna
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La basura exquisita

El último grito es el reciclaje artístico: bolsos hechos con bolsas de plástico prensadas, cortinas de coloridos tapones de botellas, los bolígrafos bic vacíos pueden servir para montar una lámpara, y con cualquier cosa se puede hacer otra salida de nuestra imaginación. Botellas, chapas, papel, tetrabriks. La reutilización está creando un nuevo tipo de artesanía que empieza a recorrer el planeta, desde África hasta nuestros mercadillos. Antes las bolsas del supermercado servían como mucho para meter basura, ahora se pueden romper en tiras y con un ganchillo hacer un bonito monedero. Con lo que ya está hecho y usado aún se puede hacer algo más. Y aunque la basura sea un gran negocio, tanto tirar está llegando a repugnarnos y se está dando una ligera vuelta atrás, que los que fuimos niños en los años sesenta comprendemos muy bien, porque vivíamos inmersos en un reciclaje continuo.

La reutilización está creando un nuevo tipo de artesanía que empieza a recorrer el planeta
Era muy raro que se tirase algo por el hecho de que se hubiese pasado de moda. La ropita de bebé pasaba de mano en mano

Los hermanos pequeños aprovechaban lo que dejábamos los mayores, desde la ropa hasta los libros del colegio, de modo que a los primogénitos nos tocó estrenarlo todo. Pero no solo se trataba de heredar la ropa, con el tiempo un abrigo se convertía en un chaquetón y un vestido en una falda, y cuando ya no se podía más, se hacían unas bayetas para el suelo. El traje de la comunión pasaba por infinitas fases hasta que su tela iba desapareciendo en sus sucesivos usos. Era muy raro que se tirase algo por el simple hecho de que se hubiese pasado de moda. La ropita de los bebés iba de mano en mano, en perfectas condiciones, hasta que se dejó de tener hijos. Por eso estrenar algo suponía un acontecimiento, sentirse renovado, especial, con el ego por las nubes. ¿Y los muebles? Duraban varias vidas y cuando en un impulso loco se tiraban unas estanterías o una mesa siempre pasaba alguien junto al contenedor que les veía posibilidades.

Los libros, tras manosearlos y subrayarlos las distintas generaciones, se vendían. Eso sí, se procuraba subrayarlos en lápiz y no doblar las hojas para venderlos a mejor precio. Las botellas de cerveza, vino y gaseosa (llamados cascos) jamás se tiraban, se cambiaban por los nuevos o en último caso se vendían porque el continente tenía su propio precio separado del contenido. Desde luego era un latazo acarrear todos aquellos cascos hasta la tienda, pero nunca acumulabas botellas.

Los periódicos leídos tampoco se tiraban, se cambiaban por dinero en el quiosco, y el dinero que se sacaba se gastaba en cambiar tebeos. Con unos cuantos nuevos que se comprasen podía uno meterse en una rueda de cambio interminable. Los consumidores compulsivos de tebeos vivíamos atrapados en una rueda de idas y venidas al quiosco, donde coincidíamos con los consumidores de novelas del Oeste, novelas rosa y de ciencia-ficción. Por cierto, ¡gracias, Ibáñez! y ¡gracias, Vázquez! (cuya película estoy deseando ver) por alegrarme la niñez con vuestros personajes y sentido del humor. Tiempos tristones con un sentido del ahorro que procedía de la escasez de la posguerra. Pocos eran a los que no les dolía ver la luz del pasillo encendida porque sí. Se usaban mucho las palabras derrochar y escatimar, que significa todo lo contrario, no soportar el sonido de un grifo abierto sin justificación.

Y, de pronto, todo cambió: se inventaron los envases de cristal no retornables, nos inundaron de pañales desechables, servilletas de papel, vasos de plástico y la ropa se abarató tanto que ya no merecía la pena que tu madre te hiciera un jersey, y desaparecieron las tiendas que cogían los puntos a las medias porque en un abrir y cerrar de ojos habíamos aterrizado en el planeta de usar y tirar a lo loco. La basura comenzó a ser un problema y también un negocio. Había que organizarse, no para consumir, que ahí se tiene barra libre, sino para tirar. Había que concienciar a la población, apelar a su sentimiento ecológico y cívico para tirar la basura con orden y así facilitar el reciclaje de papel, productos orgánicos, plásticos, vidrio.... La pregunta es si el reciclaje genera negocio y cuando vamos cargados con una enorme brazada de periódicos hasta un contenedor que queda algo lejos de casa, sin recibir nada a cambio, salvo la tranquilidad de nuestra conciencia ciudadana, a qué estamos contribuyendo además de a mantener limpio el planeta.

Tendríamos que inventar la antibasura, algo para no generar desperdicios, para no ensuciar. Tendríamos que conseguir que nuestros cuerpos se autolimpiasen y que las hojas no se cayesen en otoño y que así el Ayuntamiento de Madrid dejara de pasarnos unos recibos de basuras que nos dejan literalmente petrificados.

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