El hombre que pudo reinar
Cuando surgió, Joe Lovano era el no va más; el primero en la lista entre los aspirantes al trono de mejor saxofonista de jazz de la posmodernidad. Incluso llegó a grabar con Gunther Schuller, genio de las vanguardias sumido en la oscuridad más impenetrable y, por ello mismo, irresistiblemente atractivo para el aficionado. Pero, ¡ay!, una mañana, decidió que sus días de vino, rosas y atonalidad eran ya cosas del pasado. Desde entonces, Lovano se conforma con tocar el saxo como los propios ángeles sin importarle el qué ni el con quién.
En su nueva visita a los madriles, el saxofonista vino acompañado por el siciliano Salvatore Bonafede, al piano; Jorge Rossy, barcelonés, a la batería; y un contrabajista que no era el anunciado Petar Slavov, lo que hubiera tenido su mérito de haberse dado el caso, teniendo en cuenta que el estupendo baterista (y no contrabajista) búlgaro falleció en 2006. Quien vino fue un familiar suyo llamado como aquel, sólo que con una "e": Peter Slavov.
La noche de su estreno absoluto, el nuevo cuarteto Europa de Lovano se reveló como una arrolladora fuerza de la naturaleza dispuesta a proporcionar la mayor felicidad y sosiego al saxofonista, acercándole a la posibilidad de elevarse sobre los límpidos aires madrileños a su entero antojo. Gracias a ello, quienes acudimos en número aproximado a tres cuartos del aforo del teatro Fernán Gómez, pudimos escuchar al maestro en su faceta más inspirada y reveladora. Lovano -todos los saxofonistas en uno- adoptó sucesivamente la apariencia de Charlie Parker, Sonny Rollins, John Coltrane... su versión endemoniada de Spiritual, original del último, fue, a no dudarlo, lo mejor de la noche.
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