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Reportaje:

Un retazo de la Capilla Sixtina

La Biblioteca Nacional exhibe 40 códices papales miniados rescatados en España

Pese a las patologías que sufre la fachada del edificio de la Biblioteca Nacional, en el paseo de Recoletos, el latido de la cultura prosigue potente y acompasadamente en su interior. Tal vitalidad se comprueba en la exposición Códices de la Capilla Sixtina, que exhibe un extraordinario ajuar de 40 libros manuscritos, primorosamente miniados, procedente de la más excelsa de las estancias vaticanas y pertenecientes a sus pontífices.

Los códices medievales unos, renacentistas otros, barrocos y también del siglo XVIII, son de contenido litúrgico, permanecieron atesorados hasta 1798 en la Sacristía de la excelsa capilla iluminada por Miguel Ángel Buonarroti. Fueron empleados durante siglos en los cultos oficiados por Papas y príncipes de la Iglesia católica. Sin embargo, esta pléyade de pergaminos, de esmerada caligrafía y vistosas iluminaciones a base de pigmentos de vivísima coloración, se conservaba silenciosamente en excelente estado en la catedral de Toledo. Hasta la ciudad del Tajo llegó tan grandioso ajuar libresco en fuga de la invasión napoleónica del suelo italiano, en el declive del Siglo de las Luces. En el fragor de los devastadores expolios perpetrados por la soldadesca francesa en Roma, los códices pontificales fueron rescatados gracias a la intervención de una figura intelectualmente tan extraordinaria como desconocida en España: Francisco Antonio de Lorenzana.

El cardenal Antonio de Lorenzana salvó los libros del expolio napoleónico

Nacido en 1722 en León y dotado de una vigorosa personalidad, a los 43 años fue designado obispo de Plasencia y un año después, en 1766, arzobispo de México. Nombrado al poco cardenal primado de la sede toledana, luego Inquisidor General -suscribió la expulsión de España de la Compañía de Jesús- fue Lorenzana una de las principales cabezas de la Ilustración en Europa. Fatalmente y quizá por ello, se vería condenado en su propia patria a un olvido sólo desmentido por la vigencia de su memoria en pequeños reductos académicos. Culto, emprendedor, bibliófilo de sublime gusto, provisto de una conciencia social insólita entre la clerecía de su época y amante apasionado del saber, Lorenzana llegó a la púrpura cardenalicia tras dejar una estela de emprendimientos vinculados al amparo a los pobres, a la construcción de escuelas, albergues, universidades y hospicios, así como de otras iniciativas de largo calado cultural. Fue el caso de su salvaguarda de los ritos de la tradición escrita cristiano-mozárabe, perpetuada hasta hoy precisamente en Toledo como uno de los milagros filológicos de nuestra época. Pese a la magnificencia y a la excelsa valía artística y bibliográfica de los manuscritos de la sacristía de la Sixtina, entre los que figura un Evangelistario benedictino del siglo XI, más misales, sacramentarios, libros de rezo y de canto de uso casi exclusivamente papal, nadie parecía reparar en que tan fausta colección se albergaba en la catedral toledana.

Tuvo que ser en 1998 una entonces estudiante, la genovesa Elena de Laurentis quien, siguiendo el rastro de un miniaturista italiano contratado por Felipe II en El Escorial, de nombre Gian Battista Castallo, hallara en el archivo Mas de Barcelona una colección fotográfica que le dio la pista para localizar en Toledo los preciados códices. "Me llamó la atención el hecho de que pese a la invención de la imprenta, los códices miniados siguieran siendo utilizados en las liturgias de pontífices" explica De Laurentis. "Algunas fotos mostraban el escudo de Urbano VIII, que rigió la iglesia entre 1623 y 1644, fechas muy tardías en relación con el origen medieval de los libros miniados", subraya. Aquellos escudos y estampaciones situadas detrás de las fotografías guiaron los pasos de Elena hasta la catedral de Toledo, donde descubrió hasta 26 de los maravillosos códices. En su búsqueda halló a Emilia Anna Talamo, que localizó tres inventarios de la Sacristía de la Sixtina, de 1547, 1714 y 1728, que permitieron cotejar sus signaturas con las existentes en los códices albergados en Toledo.

Once libros más proceden de la Biblioteca de Castilla-La Mancha y otros tres, de la Biblioteca Nacional, cuyas salas dedicadas a esta muestra se ven iluminadas por cajas de luz con escenas del impar Miguel Ángel y una ubérrima capa pluvial del cardenal español.

Gracias a los 11 años de estudio de los códices, que siguen una secuencia cronológica, ha sido posible descubrir a los autores de las labores miniadas, que permanecían sumidos en el anonimato. Uno de ellos, Antonio María Antonozzi, fue discípulo de Pietro della Cortona y estampó su impronta en alguna de sus mejores ilustraciones. También Francesco Grillotti o Sante Avanzini. Su bellísimo sortilegio de capitulares, cenefas y orlas corona la cumbre de las artes gráficas manuales en Europa.

Códices de la Capilla Sixtina. Biblioteca Nacional. Recoletos, 20-22. Hasta el 9 de enero. De martes a sábados, de 10.00 a 21.00. Domingos y festivos, de 10.00 a 14.00.

Un ajuar libresco

La exposición muestra 40 códices manuscritos miniados en pergamino que datan de la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco.

Fueron empleados en sus oficios religiosos por Papas

y príncipes de la Iglesia católica.

Los pigmentos de las ilustraciones son de origen orgánico y mineral.

Orlas, cenefas e iluminaciones poseen vivísimas coloraciones que permiten descubrir la evolución de las artes gráficas manuales.

Algunos de los artistas fueron discípulos de Pietro della Cortona y de Annibale Carracci, cuyas obras emplearon para ilustrarlos.

Unas fotografías en un archivo de Barcelona permitieron documentar el hallazgo en Toledo.

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