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Columna
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Otegi narrativo

Se ha puesto de moda deslocalizar la noción de relato, sacarla de lo literario y aplicarla a otros territorios. Iniciativas políticas, estrategias de gestión, proyectos culturales se presentan así de manera narrada, se cuentan. Y admitamos que esto se hace con buena intención, buscando que la forma narrativa que es muy exigente -en perspectiva, coherencia y verosimilitud- represente el compromiso de exigencia de esos proyectos en/para la vida real. Pero dejémonos pensar también que, a veces, la intención de esos relatos es menos benigna, que persiguen lo mismo que los cuentos que nos contaban de niños a pie de cama: inducirnos al sueño. Al adormecimiento social, quiero decir.

He leído las recientes declaraciones de Arnaldo Otegi y no he podido evitar verlas como uno de esos relatos deslocalizados. Quizá porque en ellas se percibe una deliberada unidad de estilo. Un estilo marcado por la seca asertividad de la sentencia, y sin embargo con toques de grandilocuencia y barroquismo: "Las armas, todas las armas, deben desaparecer definitivamente de la ecuación política vasca"; "No contemplamos compatible con la estrategia independentista el recurso a la violencia armada". Unidad también en el tono que es formal, de muy baja o nula temperatura emotiva. "Toda amenaza y persecución por motivos políticos, toda vulneración de derechos tiene que desaparecer". De la temporalidad hay que decir que es estrictamente de presente, sin apetencia por el pasado y sólo "en ausencias" por el futuro. Otegi no responde a por qué no ha condenado ya la violencia terrorista; en cuanto al mañana, prefiere que ETA no atente (en eso coincide con la mayoría de la sociedad), que no le ponga en la situación de tener que (no) pronunciarse: "Nuestra apuesta busca un escenario donde la condena o similar no sea necesaria por la desaparición de la violencia política".

Y en eso, en la artificialidad del estilo, la impersonalidad del tono y, sobre todo, la estrechez temporal, reside, en mi opinión, la fragilidad del relato de Otegi, lo que hace difícil atribuirle coherencia a su trama y, desde luego, verosimilitud a la construcción de los personajes. Porque ¿se puede afirmar que "no existe más camino hacia la independencia que el que se desarrolla por vías pacíficas y democráticas" desde otro lugar que no sea la convicción? Y si Otegi estaba convencido desde hace mucho, ¿cómo ha podido vivir públicamente en contradicción con ese principio? Y si se ha convencido hace poco, ¿no es de ese proceso de "conversión" de lo que habría que hablar en extenso, no sólo para verlo (y creerlo) sino por lo que puede suponer de orientación para quienes necesiten emprender una transformación similar; es decir, contener de esperanza para nuestra convivencia? Creo que al relato de Otegi le faltan cimientos de verosimilitud, como les sucede a esos relatos-adormidera, de los que antes se llamaban -sin la menor consideración multicultural- cuentos "chinos".

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