La derrota de Israel
Después de tantas victorias en el campo de batalla; después de tantas rondas de negociaciones siempre inconclusas, pero exitosas porque apilaban un tiempo precioso para que los territorios ocupados siguieran inflándose de colonos, Israel puede sufrir su más grave derrota. Cuando el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, del Likud, ofrece al presidente palestino Mahmud Abbas, el cese temporal de la colonización, a cambio de que reconozca su país como Estado Judío -con lo que la Autoridad Palestina accedería a reanudar las conversaciones de paz- trata de darle un golpe de muerte a Israel; de contraponer a la denominación Estado de Israel, como siempre se ha conocido oficialmente al Estado sionista, la de Eretz Israel, o Tierra de Israel en hebreo, ambas mucho menos sinónimas de lo que parece.
La denominación Estado judío quitaría a los palestinos el derecho al regreso
Theodor Herzl tituló El Estado Judío el libro que -después de la Biblia- puede considerarse el progenitor bibliográfico de la patria recobrada, pero la tierra que imaginó a fin del siglo XIX guardaba escaso parecido con la de hogaño: árabes y judíos correteaban afablemente por el país y aunque quienes mandaban eran unos judíos, laicos, de lengua alemana, los palestinos se mostraban agradecidísimos de que les hubieran puesto la tierra en valor. Israel o Estado de Israel fue, sin embargo, el nombre adoptado, entre otras cosas porque después de la guerra de 1948, y pese a los intentos deliberados o espontáneos de expulsar a la gran masa palestina, permanecían en el territorio unos 150.000 árabes a los que había que dar la nacionalidad, como acostumbran las naciones civilizadas. Hoy esos palestinos son cerca de 1.200.000 junto a algo más de seis millones de judíos, de forma que la demografía de los primeros ha compensado sobradamente los esfuerzos de los segundos para atraer ciudadanos de la diáspora, y sin la implosión de la Unión Soviética en los años noventa, cuya emigración pudo llenar varias divisiones del Ejército, hoy habría alrededor de un 40% de árabes en el país. Esa extensa minoría hace difícil llamar Eretz Israel -Estado judío- a una formación -Estado de los judíos- que alberga ambas nacionalidades.
En 1977 se produjo un cambio trascendental en la historia del Estado: hasta entonces había gobernado la izquierda con sus aliados, para simplificar, el Partido Laborista, que dirigían unos emigrantes sobre todo polacos de laicismo light, que refundaron la nación, profesando sin contradicción aparente, el agnosticismo en materia de religión y la fe en la Biblia como partida de nacimiento posdatada para 1948. Pero en las elecciones de ese año ganaba el Likud, la coalición basada en el antiguo revisionismo de Zeev Jabotinsky, que reivindicaba en sus formulaciones más extremas la soberanía judía sobre la tierra del Mediterráneo al Éufrates. Los Gobiernos del Likud, cuyo líder era el ascético Menáchem Beguin, comenzaron a utilizar el término Eretz Israel, aunque sin llegar a convertirlo nunca en política oficial.
Pero la marcha hacia la nueva denominación había comenzado ya poco después de la guerra de 1967, en la que Israel conquistó Cisjordania, Gaza y la Jerusalén árabe entre otros territorios, creando una nueva sensación de seguridad entre la población y una glotonería territorial, siempre basada en los mandatos de las Sagradas Escrituras. El ascenso en los años setenta del Bloque de la Fe (Gush Emunim) poblado por ultraortodoxos que reconciliaban mesianismo con la existencia de un Estado que imaginaban virtualmente confesional, facilitaba la mano de obra para una colonización que hoy ya reúne a más de medio millón de ocupantes, número en constante aumento, que constituyen un inmenso obstáculo para la paz, porque van engullendo una tierra cuya disputa es el centro mismo de las negociaciones.
La denominación Eretz Israel tiene un contenido religioso y judeo-céntrico que no posee en la misma medida Estado de Israel, y con su proclamación formal los refugiados palestinos perderían, al menos a ojos del Gobierno de Jerusalén, todo derecho a regresar a la tierra de la que fueron expulsados sus ascendientes en 1948 y 1967, contrariamente al mandato de la ONU (resolución 194); así como podría también convertir a los palestinos israelíes en una especie de gastarbeiter, trabajadores extranjeros en su propia tierra, o, en el caso más extremo, hacerlos reos del transfer (deportación en romance); el RH bíblico y judío habría, así, derrotado al carné de identidad israelí; y el pueblo elegido se habría impuesto a cualquier otro ignorado por Jehová. Eso también está hoy en juego en las difusas, confusas y profusas conversaciones de paz entre israelíes y palestinos.
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