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Columna
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Mensaje desde Líbano

La visita de Mahmud Ahmadineyad a Líbano es un acontecimiento que se inscribe en el marco del aumento de tensión en Oriente Próximo. El presidente iraní fue aclamado en Beirut; a su paso, una muchedumbre alborozada arrojaba arroz y flores. Muchedumbre que, sin embargo, no representaba a todos los libaneses. En efecto, fueron sobre todo los partidarios de ese Estado dentro del Estado que es Hezbolá quienes demostraron su entusiasmo. Y quienes, así, confirmaron sin lugar a dudas que se consideran uno de los brazos armados de Irán en la región. Eso fue lo que llevó al portavoz de la Casa Blanca a afirmar que esta visita demuestra "que Hezbolá pone más interés en su lealtad hacia Irán que en su lealtad hacia Líbano".

Irán avisa a Israel que, si es atacado, Hezbolá reabrirá el frente del sur

La parte más visible de la visita, estrictamente económica y bilateral, no obstante, es ya en sí misma interesante, si no inquietante. Se trataba por supuesto de desarrollar las relaciones entre los dos países, es decir, las inversiones iraníes en el Líbano. Tras la guerra de Líbano contra Israel, en 2006, Teherán ya llevó a cabo una operación espectacular, y muy popular, al ayudar cuantiosamente a la reconstrucción a través de la financiación, entre otras cosas, de redes sociales controladas por Hezbolá. Esta vez, se trataba de ampliar la ayuda económica a la energía. En efecto, Líbano necesita equipamientos de todas clases, especialmente eléctricos, así como dotarse de capacidades para llevar a cabo prospecciones petroleras y gasísticas, en una zona que, según se acaba de descubrir, alberga importantes reservas y es codiciada por Israel y por Chipre.

Las inversiones en materia energética en Líbano son un elemento de un objetivo estratégico más amplio que, a ojos de Teherán, debería poder englobar tanto a Turquía como a Irak, Siria y Jordania. La energía en general, y particularmente en esta región, está en el centro de todo proyecto político ambicioso.

Pero, desde la óptica iraní, esta ayuda a Líbano debe incluir también el equipamiento del Ejército libanés. Notoriamente mal pertrechado, este sigue en estado de conflicto con Israel desde 2006. De ahí el reciente bloqueo, por el Congreso estadounidense, de un proyecto de dotarlo de armas norteamericanas. Circunstancia que Irán no va a dudar en aprovechar, consciente de que del equipamiento a la influencia sobre el mando solo hay un paso que, además, podría dar con facilidad, pues en Hezbolá tiene ya un semiejército fuertemente armado.

A este motivo de inquietud hay que añadir el sentido político del viaje de Ahmadineyad, que es de una claridad meridiana: se trata de mostrar a Israel que, en caso de un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes, la respuesta pasará por Líbano; y por Hezbolá.

Desde luego, este último grupo no es hegemónico en Líbano, al menos por el momento, aunque está claro que cuenta con la ayuda de Irán para llegar a serlo, pese a la inquietud que esta situación suscita en los países suníes de la región. Pero, estamos avisados: la primera consecuencia de un eventual ataque de Israel contra Irán sería la reapertura inmediata de un frente en el sur de Líbano. En estas condiciones, el nuevo curso de las relaciones entre EE UU y Europa, por una parte, y Siria, por otra, cobra todo su sentido. Este país, ayer aislado y muy cortejado por Irán, es objeto de todas las atenciones occidentales y suníes para intentar disuadirlo de hacer causa común con Teherán. De ahí que el régimen de Damasco ya no sea acusado del asesinato del antiguo primer ministro libanés, Rafik Hariri, y que ahora se señale a Hezbolá.

Por parte israelí, ha prevalecido la moderación. Israel ha preferido dejar a los demás, y especialmente a los países árabes, la tarea de criticar la visita a Beirut del presidente iraní. Y, paradójicamente, según ciertos expertos, la frontera con el sur de Líbano está hoy "excepcionalmente tranquila". Lo que no significa que la situación sea menos peligrosa.

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