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Columna
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Connery

Carlos Boyero

Desde hace mucho tiempo practico a distancia esa pasión tan juvenil de la mitomanía. No tengo el menor interés en observar de cerca a gente a la que admiro profundamente. Me basta con disfrutar de su obra, de esas películas, libros, música, que hacen infinitamente más placentera la existencia. Pero a veces me he asomado en las ruedas de prensa de los festivales para ver el careto y escuchar la voz de hombres y mujeres justificadamente míticos. Con algunos, la imagen que te has formado de ellos a través del cine, la personalidad y las sensaciones que transmiten, permanecen intactas al observarlos en carne y hueso. Pero aunque fueran anónimos, aunque no tuvieras ni idea de lo que representan, sería imposible que no te fijaras en ellos, que no percibieras su campo magnético, su aura, el aroma, algo tan poderoso como insólito. He constatado las esencias de la masculinidad, el estilo autónomo, la clase genética, la sabiduría vital, en tipos irrepetibles como Robert Mitchum, Clint Eastwood y Sean Connery.

Connery, independientemente de que se meta en la piel de un minero de Pensilvania o en la del último pirata berberisco, al letal servicio de su Graciosa Majestad o como maestro de Eliot Ness, al enloquecido rey de Kafiristán o al agónico Robin Hood, siempre desprenderá estética. También códigos intransferibles.

Podrías imaginártelo en la vida real como delincuente de primera clase, atracando los bancos más invulnerables, estafando a tiburones. Pero resulta bochornoso constatar que pudo hacer rapaces bisnes, recalificaciones urbanísticas, colegueo surrealista con el impresentable zoológico marbellí. Asociar la fragancia que desprende este tío, su presencia, sus modales, con la caspa racial, la ordinariez satisfecha, el cutrerío exhibicionista, la ostentación hortera, el analfabetismo chillón del gilismo, tonadilleras, rocieras, tránsfugas, chuloputas de club de carretera, siliconeo militante, leguleyos con hedor franquista, custodios de arte al por mayor, provoca tanta estupefacción como vergüenza. Connery se ha escaqueado de su cita con el juzgado. Le pueden ocurrir cosas peores. Que le dediquen cultural atención en universos tan refinados como ¿Dónde estás, corazón?, Sálvame y La noria.

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