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Reportaje:

"Barcelona era gris, triste y sucia"

"No hay un modelo urbanístico barcelonés", afirman Clos y Hereu - Manuel Castells señala que el principal peligro para la ciudad es la xenofobia

Jordi Borja ha sido monaguillo y fraile en el urbanismo barcelonés. Lo que no fue es concejal del área. Porque no quiso. Ayer desveló que Pasqual Maragall le ofreció el cargo y que lo rechazó. Pero tanto Joan Clos (con quien compartió escaño y equipo de gobierno en el Ayuntamiento) como Jordi Hereu admitieron ayer que, de alguna forma, la Barcelona de hoy y su urbanismo muestran la huella de Jordi Borja, y junto con el moderador, Tomàs Delclós, subdirector de EL PAÍS, reconocieron que el libro de Borja refleja la pasión que siente por la ciudad.

Es una pasión real. "Me enamoré de una Barcelona que era gris, triste y sucia", explicó el autor de Luces y sombras del urbanismo barcelonés, y sigue, en no pocos sentidos, latiendo al compás de la ciudad y sintiéndose, afirmó, copartícipe de las decisiones que tomó cuando formaba parte de su gobierno, pese a pertenecer a un partido diferente a aquel en el que militaba el alcalde. En tiempos de disensión (o aparente distancia), Borja defendió ayer la corresponsabilidad en las decisiones tomadas conjuntamente cuando estaba en el gobierno para añadir que de lo hecho en la ciudad hay, sin embargo, una cosa que en la que no hubiera transigido: las ordenanzas sobre civismo. Y ya de paso, señaló que tiene una cierta inquina al Parque Central del Poblenou.

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Hubo cierta unanimidad en defender que no hay un "modelo barcelonés", pero sí un conjunto de actuaciones que, vistas en su globalidad, marcan pautas que seguir en la transformación de aquella ciudad triste y sucia que era Barcelona en otra a la que acuden alcaldes de todo el mundo para ver su evolución.

Una transformación, apuntó Clos -que estuvo especialmente vibrante-, que se hizo en circunstancias muy difíciles. En 1973 en España había 13 millones de asalariados; en 1979, la cifra había caído a 9,8 millones y el paro se elevaba al 20%. Los ingresos de la ciudad eran de 18.000 millones (de pesetas) anuales; los gastos ascendían a 29.000 millones (de pesetas, también). Pero todos tenían esperanza en el futuro. Y al decirlo aprovechó Clos para afirmar su convicción de que también el porvenir puede ser mejor que el presente.

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El sociólogo Manuel Castells reseñó algunos de los peligros que acechan a algunas ciudades, precisando que no hablaba necesariamente de Barcelona. Así, se puede morir de éxito y acabar convirtiendo los espacios públicos en parques temáticos para turistas, dando pie al rechazo de los locales. Pero hay otro peligro más grave: la xenofobia. En 1996, explicó, solo el 6% de los nacidos en Barcelona eran de madre extranjera; en el año 2009, ese porcentaje alcanzaba el 30%. Esto ha generado un movimiento xenófobo en parte de la población. Una actitud que pasa por alto que "toda gran ciudad es inmigración", lo que exige una política para integrar a los inmigrantes que, si se ha hecho en Barcelona, ha sido un fracaso. Y no solo eso: una encuesta reciente apunta que en el conjunto de España el 11% de la población no distingue entre dictadura y democracia; en Cataluña, el 25%.

Clos aprovechó para sostener que el futuro pasa por la creación de empleo, algo que no se hará sin la participación de los políticos. "En los años ochenta, los empresarios estaban muy mal vistos; ahora lo están los políticos. Hay que explicar que no todos los políticos son estúpidos, corruptos y degenerados".

Borja también pidió un gobierno real metropolitano, denunció la inflación institucional y sostuvo que el futuro debería pasar, si es posible, por eliminar las provincias, las veguerías y los consejos comarcales.

En el turno de palabras se oyeron las voces más críticas sobre un urbanismo con casos como el del Palau y la recalificación del Miniestadi, e incluso al lugar elegido para el acto: la Torre Agbar, que un asistente calificó de "fálica" y definió como la peor cara de una Barcelona entregada al "liberalismo y al mercado".

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