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Columna
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El porqué de las preguntas

José María Ridao

A fuerza de reiterada, la pregunta de si Zapatero repetirá como candidato a la presidencia del Gobierno está ocultando otra tal vez más importante, y es por qué nos lo estamos preguntando. Cuando resta todavía año y medio de legislatura, lo normal sería que el debate político se concentrase en las decisiones del Gobierno, no en los planes personales de su presidente. En las últimas semanas, sin embargo, el propio Zapatero está favoreciendo este desenfoque al confesar que aún no ha tomado una decisión, una frase que, se mire por donde se mire, equivale a servirse de un bidón de gasolina para apagar el incendio sucesorio. Temerosos de abrasarse en él, los barones socialistas lanzan críticas de las que se desdicen horas más tarde, los miembros del Ejecutivo reiteran la inverosímil letanía de aquí no pasa nada, el grupo parlamentario se coloca en posición de espera para disimular el desconcierto y, entre tanto, el electorado reacciona con creciente desafección, puesto que su problema más acuciante no es si Zapatero continúa sino qué hace el Gobierno por su empleo.

El Gobierno ha dejado de existir tras el brusco viraje de la política económica, y a la oposición no se la espera

Si la pregunta que se ha impuesto es sobre el futuro de Zapatero, si el incendio sucesorio ha prendido, es porque, en realidad, no existe ningún otro juego político encima de la mesa. Desde el brusco viraje de la política económica, el Gobierno ha dejado de existir y a la oposición no se la espera. La ensimismada teatralidad a la que se había librado la política española, cada vez más parecida a un duelo entre guiñoles dispuestos a complacer a sus respectivos partidarios, ha llegado a un punto de refinamiento sin parangón: los personajes de la obra siguen ahí, encaramados sobre las tablas, pero ni hacen ni dicen nada. En estas condiciones parece, en efecto, que la representación solo podría continuar como un enredo de mutis y súbitas entradas en escena que mantenga despierta la atención de un público primero ansioso y, después, vencido por el hastío. Tras largos meses de espera, nadie confía a estas alturas en que el argumento avance por lo que hacen y dicen los personajes, sino por el simple hecho de que estén o no estén.

En el caso de la oposición, este mantenerse impertérrito bajo los focos forma parte de la estrategia adoptada al declararse la crisis. En el del Gobierno, es resultado de haber agotado el repertorio de gestos con que intentó sortearla. Por más que rebusque en la faltriquera, ya no quedan pactos de Zurbano ni paquetes normativos de título rimbombante. Tampoco discursos en favor de los más débiles que los hechos han desmentido. La profundidad del cambio de rumbo en la política económica exigía en su momento una crisis ministerial que, al tiempo que protegiera al presidente, salvaguardase la credibilidad del Gobierno, condenado a defender un día lo contrario de lo que hacía el anterior. Si son ciertas las especulaciones, Zapatero consideró llevarla a cabo antes del verano, pero la pospuso hasta septiembre por las maniobras de algunos miembros destacados del Ejecutivo, los mismos que le embarcaron en las primarias de Madrid. Ha transcurrido septiembre y lo que ahora se solventa es si Zapatero repetirá o no como candidato. No son precisas dotes de adivinación para imaginar que el próximo acto en esta representación inmóvil será la discusión sobre un posible adelanto electoral.

La encrucijada en la que se ha colocado Zapatero es que, si lleva a cabo una crisis de Gobierno, gastaría una de las pocas bazas que le quedan para el caso de que las próximas citas electorales supusieran un descalabro para el partido socialista, según vaticinan las encuestas. Pero si no la lleva a cabo, el descalabro puede ser mayor, a consecuencia de la inacción del Ejecutivo y del creciente nerviosismo entre los dirigentes socialistas. El resultado de las primarias celebradas en Madrid, y en las que la candidata respaldada por Zapatero y dos de sus ministros fue derrotada por un hasta entonces desconocido secretario regional, hace suponer que la disciplina interna está resquebrajándose, y que lo que el Gobierno quiere presentar como un episodio anodino es, por el contrario, un indicio de lo que puede suceder. El balance de la operación para descabalgar a Tomás Gómez no puede ser más desastroso: el presidente y tres de sus ministros salen derrotados, con el agravante de que en esta nómina de damnificados se encuentran camuflados el secretario y el vicesecretario general del partido socialista.

Tal vez la pregunta de si Zapatero continuará no permite advertir la totalidad del panorama. La que, en cambio, sí da cuenta de él, y de su gravedad, es por qué nos lo estamos preguntando.

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