Otro mapa cultural
Escribo esta columna antes de conocer si San Sebastián ha superado la primera etapa en el camino hacia la capitalidad cultural europea en 2016. Confío desde luego en que así sea. Pero me sitúo en el antes, a propósito, porque creo que a la reflexión que va a ocupar estas líneas le conviene colocarse al margen de cualquier resultado. Como una manera de representar que a la Cultura le sienta bien ambientarse en las periferias, en la independencia de los horarios preestablecidos; y sobre todo en la incertidumbre. Que la Cultura es, en esencia, un terreno de interrogación.
Muchas son las preguntas que me sugiere este examen de candidaturas, y la primera es cuantitativa. Se han presentado al corte quince ciudades, una casi por autonomía. ¿No resulta decepcionantemente clásico este diseño espacial? ¿No está en franca contradicción con el objetivo de pluralidad, apertura, mixturas y mestizajes varios que enarbolan los proyectos culturales presentados? ¿No es una ilustración perfecta, es decir, entristecedora de la afirmación que ya circula por ahí - y con más gracia- de que "en España todo el mundo va a lo suyo menos yo que voy a lo mío"? Personalmente he echado de menos un reparto espacial de candidaturas menos administrativo, más osado; la presentación de alguna opción transcomunitaria que uniera puntos cardinales del modo más libre, más autonomizado posible; que predicara con el ejemplo geográfico que la identidad es también voluntad de acogida y de reparto; y una rebeldía contra lo previsible. He echado a faltar la propuesta de una cartografía alternativa, de una multiciudad candidata, de una ciudad-sistema de conexiones virtuales, de centralidades móviles, que hubiera permitido no sólo retratar por fuera lo que ya construye por dentro el imaginario contemporáneo; sino reapropiarse por y para la Cultura de algunos debates autonómicos fundamentales. Debates de líneas (¿o hay que decir límites?), de pertenencias y convivencias intra-nacionales, de irrenunciables comunes. Cuestiones éstas que ahora mismo no hacen sino adelgazar y endurecerse porque viven sometidas a la monodieta del (pobre) debate político y a la lógica-escayola de sus intereses partidistas. La Cultura es un arte de la réplica, y no hubiera estado nada mal verla en un mapa.
La segunda interrogación está bastante relacionada con la anterior y tiene que ver con la naturaleza misma de este concurso de capitales. ¿Poner el énfasis en la capitalidad no favorece, al alentar la competencia entre ciudades, el repliegue, la endogamia y/o la egolatría culturales, es decir, lo contrario de lo que se pretende o al menos se anuncia en la iniciativa? ¿No favorece también la dispersión de recursos y talentos? ¿No sería mejor organizar concursos no de ciudades capitales sino de nociones capitales de Cultura y, una vez pensadas y decididas las mejores, extender su aplicación y su provecho por todo el mapa, por otro mapa?
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