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Columna
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Construir algo

Este año, Julia Roberts. Qué guapa y sonriente, qué cercana y qué del pueblo. No en vano es la Novia de Ámérica, la novia de un continente entero. Ya, ya sé que con "América" en realidad se refieren sólo a Norteamérica. A los norteamericanos les gusta autodenominarse "americanos", que es como simplificar, pero al revés. Ellos son así, muy de adornar las cosas. En fin, corramos un tupido velo y vayamos a la almendra del asunto: Pretty woman.

La cuestión es que, con la visita de Julia Roberts, me entraron unas ganas locas de volver a ver Pretty woman. Hacía muchísimos años que no la veía y, en cuanto acabó la gala de entrega del Premio Donostia, me tuve que ir corriendo a buscar la película. Y me la tragué. Y la disfruté. Ya sé que no es una película de culto, ni invita a la reflexión, ni te enseña nada nuevo ni profundo sobre la vida. Pero te hace pasar un rato buenísimo entre nubes de colores. Hay gente que se droga para conseguir lo mismo. Pero a lo que iba. Si ustedes hacen memoria recordarán que, en la película, Edward Lewis (Richard Gere) se dedicaba a comprar empresas débiles y revenderlas por pedazos. En un momento de la historia, la cándida prostituta le echaba en cara al ejecutivo descastado que no construyera nada con su trabajo. Y es ahí donde esta servidora pensó: anda mira, como los críticos de cine. Ellos tampoco construyen nada.

No es que lleve toda la vida trabajando como actriz, pero sí llevo lo suficiente como para haber visto ya a unos cuantos compañeros guionistas, productores, directores y actores con las caras desfiguradas después de haber leído una crítica de su trabajo. No pretendo defenestrar a todo el colectivo de los críticos, ni hablar, pero definitivamente hay unos cuantos especímenes que parece que en vez de sangre tengan bilis.

De algunos de ellos pienso que deben de ser novatos y que, por eso, son atrevidos y no saben respetar el trabajo y el sacrificio ajenos. De otros pienso que son demasiado veteranos y que han acabado odiando su trabajo por culpa de la rutina y la saturación. De otros no sé ni qué pensar. Y de todos ellos pienso que, como Edward Lewis, no construyen nada con su trabajo. Y eso es algo que no me gustaría que se dijera de mí.

No es ningún secreto que sacar adelante una película es un trabajo de titanes y, cada día que pasa, lamentablemente, se parece más a un milagro. Son meses -años- de esfuerzo continuado de muchísimas personas que, además, le ponen ilusión y fe ciega. Eso, señores, merece respeto. Y solo desde ese respeto por el esfuerzo ajeno, por poco acertado que haya sido el resultado, se puede escribir una crítica elegante. Al fin y al cabo, ellos sí han construido algo.

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