Tolerantes e intolerantes
Indiscutiblemente, Barack Obama atraviesa una fase difícil. Entre los reproches de los que es objeto figura, curiosamente, el de haberse inmiscuido en la polémica surgida en torno al proyecto de instalación de un centro cultural e islamista en el corazón de Manhattan, no lejos de la zona cero. Al margen del injusto proceso al que se ve sometido el presidente norteamericano, lo que está sobre el tapete es la posición de los siete millones de musulmanes estadounidenses.
El proceso: es un asunto que solo concierne al Gobierno federal, que no hubiera debido pasar de ser un asunto de los neoyorquinos, y que hace aparecer a Barack Obama como el defensor torpe y unilateral de la comunidad musulmana. Pero ¿qué no se habría dicho de un presidente que se hubiese lavado las manos en una polémica que atañe a los valores norteamericanos? ¿Acaso podía hacer lo que Poncio Pilatos?
En EE UU, el 52% opina que Obama simpatiza con los fundamentalistas islámicos
Hay que saber que, según el New York Times, el 67% de los estadounidenses son hostiles a esta instalación, no obstante, apoyada por el alcalde de Nueva York. El imán que impulsa este proyecto bautizado Park 51 -un centro islamista de 13 plantas- es un religioso moderado que siempre ha abogado, ironías de la historia, por una estrecha cooperación de los musulmanes con el FBI. Ahora se ha convertido en el cabeza de turco (y no es un juego de palabras) de los blogs de ciertos editorialistas, así como de miles de manifestantes cuyo nexo parece ser el rechazo hacia el islam. Pero no es el único: el blanco principal de los opositores al proyecto es ahora el mismo Barack Obama. Sus adversarios, ya fuertemente radicalizados, han escogido este terreno para intentar debilitarlo más. Un terreno de lo más pantanoso y, desde nuestro punto de vista, chocante. Pero hay algo aún más chocante: un sondeo del semanario Newsweek según el cual el 52% de los estadounidenses, que se alinean con el partido republicano, piensan que el presidente Obama "simpatiza" con los fundamentalistas islámicos "que quieren imponer la ley islámica en el mundo". Por supuesto, el enunciado de la pregunta plantea problemas. Pero no deja de ser revelador del proceso por brujería instruido contra Barack Obama por los sectores ultraconservadores.
Al mismo tiempo, lo que se plantea es la posición del islam en Estados Unidos. Es un problema que en Europa conocemos bien, pero que no enfocamos necesariamente de la mejor manera posible, pues vehicula tanto miedo, tantos fantasmas y caricaturas como en Estados Unidos, pero además con una dimensión y una tensión suplementarias, vinculadas al peso relativo de la comunidad musulmana, mientras que en el país norteamericano este peso es muy débil. Por ejemplo, en Francia hay entre cuatro y cinco millones de musulmanes, sobre un total de sesenta y cinco millones de habitantes.
Pero las cuestiones son las mismas en todas partes. Hasta tal punto es difícil combatir el desconocimiento de una religión a la que la opinión pública solo percibe a través de los desmanes de los extremistas. La prueba la tenemos en este mismo momento en el caso de la iraní Sakineh, condenada a lapidación (que, según prevé la ley de los mulás iraníes, ha de ser aplicada con piedras ni muy pequeñas -para estar seguros de matar- ni muy gruesas -para que la muerte sea lo bastante lenta-). Sakineh solo le debe la suspensión de la condena a una fuerte movilización internacional iniciada por Bernard-Henri Lévy.
En este contexto de superposición de imágenes, confusiones y amalgamas, tiene aún más mérito constatar que en Estados Unidos los llamamientos más sensatos han llegado desde la comunidad judía y la Iglesia católica, que propugnan que los musulmanes deben tener su espacio, lo mismo que los adeptos de las demás religiones. "Esto (el ostracismo de los musulmanes) no puede pasar en la América de 2010", han proclamado.
Pero lo más preocupante es sin duda la línea divisoria que ha aparecido en el paisaje político estadounidense. Ya no se trata de demócratas contra republicanos, sino simplemente de tolerantes contra intolerantes, y estos últimos ganan terreno sobre todo a través de la progresión del fenómeno de los Tea party. ¿Y qué decir de la perspectiva, que parece tomar cuerpo, de una posible candidatura de Sarah Palin por el Partido Republicano, que, sin duda, sería el signo de un verdadero giro populista en Estados Unidos?
Traducción: José Luis Sánchez-Silva
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