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Reportaje:

Magnates del caucho, reyes de Iquitos

Tres hermanos de Ponteareas poseyeron durante años una vasta explotación de 'oro negro' junto al río Tapiche (Perú)

La emigración a Brasil fue la última concesión que los hermanos Barcia le hicieron al destino. Todo lo que vino después: el traslado a Perú, las batidas por el río Tapiche en busca de árboles del caucho y la consolidación en Iquitos de la compañía gomera Barcia Hermanos responden a un coraje que todavía alimenta muchas de las leyendas que circulan por Padróns (Ponteareas) sobre la fiebre del caucho y la Amazonía peruana.

José, Benito y Generoso Barcia Boente partieron a Portugal con lo puesto durante la oleada migratoria de 1890-1930. Dejaban atrás cuatra hermanas y unas propiedades demasiado escasas para saciar su ambición de emperadores. Hasta Portugal se les hizo pequeño: a la primera de cambio se embarcaron como caucheiros a Brasil, de donde partieron a Iquitos para instalarse por su cuenta. Era la tierra maldita, sacudida por la malaria y el acoso de los jíbaros, pero durante la primera mitad del siglo XX fue dominio exclusivo de los Barcia. Allí fundaron un reino propio con una vasta extensión que dividieron en cuatro partes: Pontevedra, Lugo, Ourense y A Coruña. Al conjunto lo llamaron Galicia.

A la malaria y los mosquitos, se sumaba la amenaza de los jíbaros
Construyeron una escuela, una granja y un economato en su Padróns natal

"Llegaron a hacerse con el río Tapiche", aclara Marta Candeira, autora de Os irmáns Barcia: caucheiros e filántropos, quien recuerda las durísimas condiciones que soportaban en la Amazonía: "Dormían en hamacas y todas las noches dejaban encendidas pipas para ahuyentar a las serpientes". La quinina y mosquiteras, indispensables, permitían evitar a los mosquitos.

El mayor peligro, sin embargo, lo representaban los jíbaros reductores de cabezas. "Ni se arrimaban a ellos", apunta Candeira. "Los trabajadores se movían siempre en parejas porque, aunque a ojos del Estado peruano estaban en terrenos concedidos, para los jíbaros se encontraban en su territorio". Alfonso Graña, paisano gallego que en aquellos años regía la tribu como Alfonso I, Rey del Amazonas, poco podía ayudarles. "Cuando se sentían amenazados, atacaban", advierte Candeira. Fue el fin que encontró más de un emigrante.

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Gallegos hasta la médula, los Barcia buscaron siempre compatriotas para los puestos de responsabilidad. Con ellos trabajó el aventurero Wenceslao Barreiro, quien llegó a ser encargado de distribuir los víveres a través del río Tapiche, así como un buen número de coterráneos a los que los Barcia regalaban porciones de sus terrenos. "Entregaban tierras con independencia de que despúes la gente las explotase o no", apunta Candeira.

No era la única manera en que los Barcia miraban por los suyos. Manuel Gándara, descendiente de los tres hermanos, recuerda que "tenían mucho arraigo en su aldea" y tan pronto habían empezado a triunfar en Sudamérica cuando "construyeron una vivienda de lo mejorcito para cada una de las hermanas". Casi un siglo después, Padróns es una prueba viva de ese compromiso, con los edificios de la antigua escuela, el sindicato de La Prosperidad y la granja experimental. Tres construcciones integradas en un mismo bloque y que los Barcia pagaron con el dinero que obtenían de los árboles del Tapiche.

"En la granja experimental trabajó, entre otros, el profesor Madulita, un francés que hacía experimentos con colmenas transparentes", apunta Candeira. Otras innovaciones del complejo de los Barcia fueron la experimentación con parras amparadas por vigas de hierro para "evitar los efectos de las heladas" o la creación de un economato con seguro mutuo de ganado vacuno y tribunal agrícola incluido. Su afán de innovación les llevó a instalar el tendido telefónico en Padróns cuando apenas sí se veía en las grandes urbes gallegas o a traer libros desde Francia para nutrir la biblioteca escolar. Se dice que los Barcia soñaban con llevar el tren a la zona.

Pero hasta las grandes sagas tienen su fín. La llegada del caucho sintético y el varapalo de la II Guerra Mundial llevó el imperio de los Barcia a la quiebra. Cómo reaccionó cada uno de los tres hermanos entonces constituye su mejor retrato: Generoso regresó a Galicia, donó la escuela y la granja al "pueblo de Padróns" y terminó sus días como campesino. José intentó enviar a Alemania la carga de caucho que aún conservaba la empresa, pero el buque fue interceptado por los británicos bajo la acusación de colaboracionismo y el empresario tardó dos años de pleitos y gastos en recuperarlo. Benito, el más desdichado, murió de fiebre en 1924 mientras remontaba el Alto Marañón en busca de nuevas explotaciones con las que reflotar el negocio.

Generoso, José y Benito Barcia (de izquierda a derecha) junto a su padre, Manuel, en Vigo (1914-1916).
Generoso, José y Benito Barcia (de izquierda a derecha) junto a su padre, Manuel, en Vigo (1914-1916).

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