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Del chamizo al 2º D

La Comunidad realojó en pisos a 45 familias chabolistas en 2009La Comunidad dispersa las poblaciones chabolistas enviando a cada familia a distintos edificios de Madrid, olvidando el anterior modelo de 'concentración'

Diego Gracia, un gitano de 47 años residente en Villa de Vallecas, no duda en reconocer que durante los años que vivió junto a su mujer y sus cinco hijos en una chabola del ya desmantelado poblado de la Celsa (Puente de Vallecas) su situación económica era mucho más holgada que ahora. "Dos coches, caprichos y todo lo que necesitáramos", enumera. El negocio de la droga daba de sí. "También me jugaba 14 años de cárcel", recapacitó en su día. Así que pagó por sus errores y decidió aprovechar la oportunidad que le brindó la Comunidad y el Ayuntamiento para realojarse en un piso de alquiler con vecinos payos. "A lo primero lo pasemos muy mal", recuerda, "ahora, ya es el tercer año consecutivo que me han elegido presidente del bloque".

Los Gracia Vázwuez echan de menos a su "gente", el "jaleo" de su viejo poblado

El Instituto de Realojamiento e Integración Social (Iris) de la Comunidad, encargado de reubicar y atender a las familias que viven en chamizos, trasladó a 45 familias de sus infraviviendas a pisos en 2009, según los datos que ofreció ayer en su memoria anual. El objetivo prioritario del Gobierno regional, junto con el Ayuntamiento de Madrid, es desmantelar antes de 2012 tres grandes poblados de la capital: El Ventorro, Santa Catalina y Las Mimbreras, que suman 491 chabolas de las 950 que quedan en la Comunidad. Más de un centenar de las familias de estos cuatro asentamientos no serán realojadas porque no cumplen los requisitos del Iris. La oportunidad de dejar atrás la chabola y pasar a una vivienda digna tiene condiciones.

El sistema de realojo que se había creado en poblados como el de Las Mimbreras (distrito de Latina), donde se sustituyeron chabolas por construcciones en el mismo terreno y con los mismos habitantes, no convencieron ni a la Comunidad ni a los propios vecinos. "Aquí nos metieron a todos los gitanos juntos, como indios, y así está todo", afirma un vecino conocido como el Tío Loquillo (de "cincuenta y tantos años", según dice).

A finales de la década de los noventa había 72 familias gitanas viviendo en los pisos de realojo de Las Mimbreras, un conjunto de adosados de dos pisos construidos por la Empresa Municipal de la Vivienda y el Suelo (EMVS) del Ayuntamiento de Madrid. Hoy quedan tres pisos habitados; el resto están en ruinas o son puro escombro. Alrededor, todo son chabolas.

El antiguo proyecto de este poblado no tuvo éxito. Ahora el Ayuntamiento derriba sus propios edificios y los chamizos que se levantaron junto a ellos. En 2012 espera haber borrado del mapa Las Mimbreras.

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Y a cada familia se le abre un panorama distinto: 50 tienen garantizado un piso nuevo, otras 20 tendrán que esperar a que el Iris acabe de "estudiar" sus casos y al menos 51 se quedarán sin realojo por no cumplir con las condiciones que exige la Comunidad; entre las principales, estar empadronado en el lugar desde antes de 2005, ser mayor de 25 años (o mayor de edad con hijos) y no tener ninguna otra vivienda.

Lo mismo ocurre en el poblado de Santa Catalina; de las 171 familias que viven allí, el Iris ya ha descartado el realojo de un centenar de ellas. Para el tercer núcleo incluido en el plan conjunto contra el chabolismo de Comunidad y Ayuntamiento, El Ventorro (89 familias), aún no hay previsiones.

Todas las familias descartadas quedarán fuera del proceso de integración en pisos de alquiler promovido por el Iris, perderán la ocasión de cambiar el gueto por un barrio común y un vecindario más heterogéneo. Exactamente lo que consiguió hace once años la familia Gracia Vázquez, que vivía en el poblado de la Celsa y se reubicó en un piso de alquiler de la Villa de Vallecas.

Estos vecinos son conscientes de que, tras un tiempo, han aprendido a integrarse en la sociedad. La paya. Sin embargo, relatan que sus inicios en el portal no fueron fáciles. "Nos rechazaban por ser gitanos. Lo que pasase, era culpa nuestra. Y hasta tuvimos que soportar algún botellazo desde las ventanas", relata Diego, el padre de familia. "Pero es verdad que eso fue al principio", añade, "ahora estamos genial con casi todos los vecinos".

Sobre su tipo de realojo, dispersados del resto de su comunidad, tienen opiniones ambiguas. Les gusta y agradecen la oportunidad (pagan 85 euros mensuales por casa y comunidad). Aunque hay un pero. Echan de menos a su "gente", su "jaleo". "Es que esto de dispersarnos, por muchas ventajas que tenga, es también en el fondo un modo de desintegrar nuestra comunidad", opina Diego.

En Las Mimbreras, encajonado en una Villa Miseria exclusiva para gitanos, sin agua, en casuchas de madera y plásticos, la perspectiva de la "comunidad" cambia. "Mejor con payos", dice cada vecino al que se le pregunta. "Esto es inhumano, compañero", reconoce el Tío Loquillo.

Familia de Diego Gracia y Dolores Vázquez, antiguos pobladores de La Celsa, realojados en Villa de Vallecas.
Familia de Diego Gracia y Dolores Vázquez, antiguos pobladores de La Celsa, realojados en Villa de Vallecas.ÁLVARO GARCÍA

Atrapados en Las Mimbreras

- "Aquí solo llega el panadero". La Tía Petra, 13 años viviendo en uno de los pisos que levantó la EMVS en Las Mimbreras, resume en una idea el aislamiento de su poblado. Las hileras de edificios que había hace menos de 10 años son hoy una mezcla de ruinas y montículos de escombros. La mayor parte de las familias que los ocupaban ya han sido realojadas en pisos de otras zonas de la capital. Las chabolas ocupan todo. Es el resultado del gueto ideado por el Ayuntamiento de Madrid a finales del siglo pasado.

De La Celsa a un portal

La familia Gracia Vázquez vivía hace 11 años en un chamizo del antiguo poblado de La Celsa (Puente de Vallecas). "Allí sobraban las peleas y las drogas", recuerdan. Reconocen que su realojo en un edificio de altura con contrato de alquiler en Villa de Vallecas, con vecinos que no procedían de asentamientos, les ayudó a superar barreras sociales. No las económicas. Todos sus miembros están en paro. Una década más tarde, se sienten integrados, pero no convencidos. "¿Y aquí dónde queda nuestra esencia gitana?", se pregunta el cabeza familiar.

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