Mamá postiza

Tercer largometraje de Achero Mañas, Todo lo que tú quieras -trabajo que desafía al espectador en la misma medida en que ha obligado, tanto a su director como a su protagonista (Juan Diego Botto), a afrontar riesgos en cada plano-, parece formular su declaración de principios en una decisión de reparto: la joven actriz Lucía Fernández, con su inquietante aspecto de máscara japonesa, es el emblema de una película que, en su sentido más amplio, habla del rostro como pantalla neutra sobre la que se proyecta una identidad. Una pantalla sobre la que, en definitiva, la identidad puede fluctuar y convertirse en otra cosa: incluso en su reverso.

Todo lo que tú quieras es una propuesta inusual: una película que, en cierto sentido, recuerda -o, por lo menos, a este crítico en particular le ha recordado- a aquellos trabajos en los que Marco Ferreri indagaba en algunas de las zonas de sombra y ambigüedad de la sensibilidad contemporánea, regidas por el aislamiento del individuo, el crepúsculo de lo masculino y el amanecer -no queda claro si utópico o no- de lo femenino: El semen del hombre (1969), Dillinger ha muerto (1969), La última mujer (1976), Adiós al macho (1978), El futuro es mujer (1984) o I love you (1986). Es posible que Achero Mañas no tuviese esos referentes en la cabeza: las claves estéticas y dramáticas de su película ni siquiera rozan los códigos del cineasta italiano, pero su película comparte con ese modelo un parecido impulso temerario y, sobre todo, una cercana estrategia para exprimir una metáfora con el fin de extraer una reflexión ramificada en varias direcciones.

La historia de un improbable sacrificio paterno se convierte en manos de Mañas -y de un reparto donde Juan Diego Botto se expone como nunca y José Luis Gómez se mide con un gran personaje- en un discurso que trasciende su llamativo enunciado.