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Columna
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El último tren

No por esperada, la noticia es menos esperanzadora. Aunque con menos rotundidad de la que muchos hubiésemos deseado, ETA acaba de anunciar un nuevo alto el fuego que -esta vez sí- podría ser el definitivo. El mismo domingo, portavoces de la ilegalizada izquierda abertzale insistían en el carácter "irreversible" de la nueva fase política. La mayoría de los partidos, en cambio, consideraban "insuficiente" el anuncio y abogaban por un abandono definitivo de las armas.

Jesús Eguiguren ya pronosticó el pasado junio que ésta podía ser la legislatura de la paz y mostró su seguridad en un inminente parón de la violencia. El presidente del PSE aludió entonces al dilema que afrontarían las instituciones democráticas en el momento en que se hiciese público el comunicado de ETA: no hacer nada y esperar el desarrollo de los acontecimientos, o facilitar -mediante el regreso de la izquierda abertzale a la actividad política y la elaboración de un calendario de medidas de reinserción- el final definitivo del terrorismo. Eguiguren se mostraba partidario de que dichas instituciones liderasen el proceso de pacificación y reconciliación, lo que le acarreó numerosas críticas, incluso desde su propia formación.

Aunque a lo largo de su historia, ETA ha protagonizado una decena de treguas, tres han sido las más significativas y el fracaso de cada una de ellas ha condenado a la organización a llegar en una situación de mayor debilidad al siguiente alto el fuego. La banda tuvo su gran oportunidad de bajar el telón en las conversaciones de Argel, ante un gobierno del PSOE con mayoría absoluta, lastrado por el escándalo del GAL. También desaprovechó el deseo de Aznar de haber sido el presidente que solucionase el problema del terrorismo. El propio Zapatero se mostró enormemente optimista ante la posibilidad de que alto el fuego del 2006 fuera el definitivo, aunque terminó hecho añicos junto a la bomba de la T-4.

En los últimos 20 años se han producido una serie de acontecimientos que han convertido a ETA en un enorme anacronismo: el fin de la política de bloques con el desmoronamiento del comunismo, el proceso de pacificación del Ulster, el 11-S y el 11-M con el absoluto rechazo internacional a cualquier reivindicación basada en el terrorismo. Mientras tanto, en España se han consolidado una serie de asociaciones de víctimas que, probablemente, no van a ver con buenos ojos que se planteen beneficios penitenciarios para los responsables de los asesinatos de sus familiares.

Ahora, nuevamente, Zapatero tiene la oportunidad de pasar a la historia como el gobernante bajo cuyo mandato ETA desapareció. Eso sí que lo convertiría en el Tony Blair español, aunque sin responsabilidades en la guerra de Irak y con 4 millones de parados. Puede hacer caso de todos aquellos que le exigen que no haga nada o volver a arriesgarse y seguir los consejos de su compañero Eguiguren. Yo no lo dudaría.

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