El Cid se lanza contra los sarracenos
La exclusión del extranjero, estigmatizado por sus hábitos o por sus creencias, cuando no directamente por su raza, sigue subiendo en las cotizaciones de las bolsas del populismo de ambos mundos en correlación casi perfecta con las tormentas y caídas de las otras bolsas. Para muchos es cumplimiento fatal de la ley histórica que impulsa a populistas y demagogos en los momentos más duros de la crisis, cuando se pierden puestos de trabajo a espuertas, desaparecen las redes y salvaguardas sociales, avanza la pobreza y aumenta la delincuencia. Para que los chivos expiatorios funcionen a modo, primero designados y luego perseguidos, a veces incluso por los propios gobiernos, hacen falta dirigentes sin escrúpulos dispuestos a lanzarlos a la plaza pública y luego destrozarlos con la ley en la mano. Estos irresponsables políticos suelen tomar tales decisiones sin parpadear, con la sencillez de quien sabe hacer política en el día a día: encuestas en mano, atentos a las pulsiones más elementales y a veces brutales del electorado. Siempre encontrarán después explicaciones y argumentos para sostener lo insostenible y adornar de moralidad a la inmoralidad.
Pero la peste que está infectando a la Europa de las luces y de los derechos del hombre y a los Estados Unidos de la libertad y de la democracia va más allá de los oportunismos electorales que han movilizado a Nicolas Sarkozy y a Berlusconi contra los gitanos extranjeros o a los dirigentes del Tea Party y a los políticos locales de Arizona contra los inmigrantes mexicanos. La apremiante necesidad de un enemigo de gran envergadura, capaz de polarizar y movilizar a las decaídas sociedades occidentales, está a un paso de cumplirse gracias a un movimiento más de fondo que está designando a la religión musulmana como antagonista y peligro mayor para las guerras ideológicas e incluso las otras del siglo XXI. Osama Bin Laden, si vive todavía, no puede estar más satisfecho. En América y en Europa aumentan de un día para otro quienes le atribuyen la dirección y le conceden la responsabilidad por cada avance real o supuesto de las creencias y prácticas religiosas de más de mil millones de musulmanes y por cada mezquita que se abre en el mundo. A pesar de los descalabros de su red terrorista está consiguiendo casi una década después de los atentados del 11-S una de las mayores victorias que pudieran esperarse.
Al Qaeda quería una guerra religiosa contra su Occidente designado y este Occidente que asume celosamente su particularismo judeo-cristiano está aceptando el envite con sumisión suicida. La nota castiza viene de la mano del ex presidente español, José María Aznar, que se ofrece como caudillo internacional de esta nueva cruzada y emula así al Cid Campeador, matador de sarracenos aún después de muerto.
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