Tiempo de molicie
Históricamente, es decir, hace una década más o menos, septiembre era en Euskadi, antes del agujero de ozono y del cambio climático, un mes guay, que dicen los que no saben decir cojonudo. Tan guay que yo mismo decidí varios años coger las vacaciones de verano cuando todos han vuelto, atendiendo a otra idea muy vasca de que julio es demasiado pronto para estrenar la holgazanería, y agosto es el mes holgazán por naturaleza, acosado por las fiestas populares.
Todo mentira. Septiembre es tiempo de molicie, es un pan sin sal, un mes más simple que una letra de Jarabe de Palo, una letanía al más puro estilo Leonard Cohen. Más cursi, en definitiva, que la navidad. Septiembre es tiempo de nostalgia de las vacaciones, aunque muchas vacaciones se hayan hecho eternas y todo el mundo lo niegue; tiempo de divorcios fraguados en agosto por el excesivo roce familiar, tiempo de esa otra cursilería que es el aterrizaje, de diapositivas y fotografìas del Caribe o Benidorm, nunca de Chiapas o Puerto Príncipe, de inicios de curso, ¡como si la política se fuera algún día de vacaciones!
Septiembre es el inicio de nada, porque la molicie, precisamente, es eso, el deseo de no hacer nada, de dejar de hacer mañana lo que puedes dejar de hacer hoy. Septiembre es el desierto habitual para pasar de agosto a octubre de una forma políticamente correcta. Tanto es así que las pruebas lo demuestran. En septiembre se van las fuerzas estadounidenses de Irak dejando un panorama más devastador que el que encontraron cuando a Bush, Blair y Aznar se les encendió el ardor guerrero (y económico) que en el fondo siempre llevaron dentro. En octubre se verá. Que el socialismo sigue empeñado en perder la batalla de Madrid y cada día se inventa un argumento estrambótico para hacerlo de la forma más estruendosa posible. Que el Madrid, aquejado del síndrome Barcelona, ya clama contra los árbitros tras la primera jornada de Liga y Mourinho se disculpa por empatar un partido. En octubre se verá.
Septiembre es un mes hueco; es algo así como el metro a las 12 de la noche, con los cuatro viajeros habituales dormitando en los asientos en espera del día después donde harán el camino de vuelta de la misma manera. Quizás no debiera existir septiembre, ahora que ni siquiera garantiza el buen tiempo como antiguamente (es decir hace una década) para unas vacaciones tranquilas. Visto, además, cómo avanza el recorte del Estado del bienestar y los neocom crecen y crecen al amparo de la crisis, probablemente septiembre sea abolido como tiempo de vacaciones. O quizás sean abolidas las vacaciones y los fines de semana y las fiestas patronales. Si hay que empezar de nuevo, lo mejor serrá volver a la Edad Media y reeditar la historia. ¡Santo Dios, lo que me ha costado escribir esto!
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