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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El futuro de ETA

Batasuna augura una tregua pero no renuncia a negociar concesiones a cambio de su retirada

A comienzos del verano, el veterano miembro de la ilegalizada Batasuna Tasio Erkizia decía en una charla pública que actualmente hay "más razones que nunca para la lucha armada", pero a la vez "menos condiciones objetivas y subjetivas" que nunca para practicarla. Objetivas: no sirve para hacer avanzar su causa; subjetivas: que la gente, su gente, ya no está por la labor. No lo está sobre todo porque la de ETA es generalmente considerada una baza perdedora, sin futuro.

Últimamente, a medida que se acercan las elecciones locales y forales, el sector más político de la izquierda abertzale multiplica los mensajes y contactos destinados a convencer a la opinión pública de la sinceridad de sus propósitos; particularmente, de su apuesta por los medios "políticos y democráticos". No hay por qué dudar de que Otegi y compañía hace tiempo que piensan que la pervivencia de ETA es ahora contraproducente para sus objetivos. Pero, por una parte, ETA no está de acuerdo; por otra, Batasuna sigue identificando la retirada de ETA con alguna forma de negociación política que acerque sus objetivos políticos esenciales: autodeterminación y Navarra.

Eso no significa que esos dirigentes no se hayan ido aproximando a lo que se espera de ellos: que convenzan a ETA de que se retire, bajo amenaza verosímil de ruptura si no lo hace. Han ido deslizando fórmulas más o menos ambiguas de distanciamiento de la violencia, pero siempre en la expectativa de una negociación.

Lo último que han dejado caer, aunque no públicamente, es que debería ser ETA quien diera el primer paso, declarando una tregua unilateral, si bien solo cuando se iniciara una negociación entre el Gobierno y la banda, aceptaría esta (a la irlandesa) la verificación del alto el fuego. Todo ello como parte de un "proceso democrático" cuyo eje central sería la negociación de determinados cambios en el marco político: aquellos en cuyo nombre ha asesinado ETA a más de 800 personas.

Gobierno y oposición están de acuerdo en rechazar ese planteamiento. Sobre todo, porque ha sido precisamente la negativa a negociar con ETA y su sombra lo que ha ido convenciendo a un sector cada vez más amplio de ese mundo (incluyendo los presos) de que no habría posibilidad de participación electoral, ni de legalización, ni de indultos, sin final definitivo de la banda; es decir, sin que Batasuna convenza a sus jefes o rompa claramente con ella, si lo intenta seriamente y no lo consigue. Es lo mínimo que cabe exigir a quienes durante años se han beneficiado de su proximidad a una organización que había declarado "objetivos militares" a sus rivales políticos.

Es absurdo considerar una mala noticia una posible tregua de ETA como la que augura Batasuna para fines de septiembre. Lo absurdo sería que ese anuncio dividiera a los demócratas y debilitase su firmeza para rechazar cualquier negociación de contrapartidas políticas. Nada alegraría tanto a los que se resisten a admitir que ETA no tiene futuro.

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