Final de los años cincuenta
La década a la que hemos dedicado unas cuantas columnas, llega a su fin. El régimen durará aún 15 largos años, hasta la muerte del dictador, y no solo Madrid, sino España entera sufría cambios estructurales de crecimiento y renovación, independientes de los transitorios avatares políticos. Las dictaduras son siempre situaciones de emergencia, que pueden ser sustituidas por periodos participativos o por otras dictaduras. Incluso algo tan monolítico, enraizado y feroz como el régimen soviético acabó y se consumió, verduras de las eras porque fue la prolongación, a efectos sociales, del despotismo zarista.
Vimos pasar las mutaciones generales enredados en sangrientas disputas internas y ni la Ilustración, el maquinismo, la modernidad, llegaron a la médula del pueblo. Las cosas se acaban por su propia naturaleza. Dado el carácter personal de estas divagaciones sobre los años cincuenta, recuerdo aquella época como la consolidación de mi pequeña empresa periodística, que pretendió abarcar lo que no podía apretar. Pero -ignoro si esto puede llegar a interesara alguien- veía en El Caso la médula y el basamento de un futuro periódico diario, algo de tan imposible realización que solo se permitió esa aventura profesional a un magnífico escritor, periodista y persona que fue Víctor de la Serna, hijo de la famosa literata Concha Espina. Le autorizaron la edición de un diario que se llamó La Tarde, pero entre las muchas cualidades y capacidades de su promotor no figuraban las administrativas.
Iban llegando los exiliados, que se acomodaban como podían, ocupando puestos buenos
En las tertulias madrileñas se iba levantando el recelo ante las denuncias políticas y las noticias llegaban con mayor amplitud a los periódicos. Tras el escalofrío ejemplar de los juicios de Núremberg, se conocieron las siniestras condiciones de la ocupación soviética de Centroeuropa y llegaron las noticias de la revolución húngara de 1956. Para contrarrestar, el Kremlin quiso ganarle el pulso a los USA y lanzó el primer satélite, el Sputnik I, que en ruso quiere decir "compañero de viaje", el 4 de octubre de 1957. Un mes después soltaron el Sputnik II, con la perra Laika, que murió a las pocas horas, evento que se pretendió mantener secreto.
A propósito, escuché de primera mano la reacción de un notorio y empingorotado periodista, presidente director general de la agencia Efe. Era un zoquete llamado Gómez Aparicio, arrimado a la sombra del régimen, que hacía trabajar a los becarios en una historia del periodismo luego publicada bajo su nombre. Era un pelmazo conocido por Pedro Go, pues al anunciar la transmisión de una crónica suya, los radioescuchas cerraban precipitadamente el aparato. Era la medianoche del 4 de octubre de 1957 cuando los empleados de la agencia escucharon insistentemente la noticia de que los rusos habían colocado en órbita un satélite. Sobreponiéndose al temor que inspiraba aquel pequeño tirano, de morigeradas costumbres, decidieron llamarle por teléfono. La primera vez impidió que siguiera el periodista y colgó, sumamente irritado por haber interrumpido el sueño. No obstante, en la agencia pensaron que el asunto era de envergadura como para llamar de nuevo, con idéntico resultado. Cuando Pedro Go llegó el día después, lo hizo pidiendo las cabezas del personal nocturno. No se había enterado de la hazaña espacial ni quería hacerlo. Nadie crea que por esto fue destituido.
Dos años antes, la osadía y arrojo de las fuerzas que comandaba un universitario cubano de origen español, Fidel Castro, acaba con el régimen corrupto del sargento Fulgencio Batista, sin que nadie imaginara que iba a ser la dictadura más larga de la edad contemporánea. Alboreaba un nuevo diestro, que debuta en Talavera de la Reina, con picadores, en agosto de 1959, un chico analfabeto nacido en Palma del Río, Córdoba, apodado El Cordobés. Coparía la popularidad del periodo posterior. El Real Madrid gana las cinco copas, del 1956 al 60, ambos inclusive. ¡Qué más podíamos pedir!
Lentamente iban llegando los exiliados, que se acomodaban como podían, ocupando puestos buenos en periódicos, editoras, universidades e incluso en los aparatos del Estado y del movimiento. El país quería sacudirse el pasado y caminaba con ganas hacia el porvenir.
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