Solas
Según ibas entrando en el centro de Bayona en fiestas, te encontrabas hace unos días, con este cartel en francés: "Fiestas sí; violencia sexista, no", como medio para recordar lo sucedido en el pasado y prevenir, para el presente, nuevas agresiones sexuales a mujeres. En el mismo sentido, el departamento de igualdad del Ayuntamiento de San Sebastián acaba de presentar, con la llegada de Semana Grande, su campaña contra el acoso y las agresiones sexistas, en la que se incluyen, en soportes bien visibles, mensajes como "no significa no", un kit de supervivencia y hasta un cursillo de defensa personal. Y se podrían citar más iniciativas de este tipo que recuerdan que las fiestas, como tantas otras actividades comunes, aún comportan un plus de peligrosidad para las mujeres.
Constantemente se están haciendo encuestas de opinión. No sé si en alguna se ha incluido este tema alguna vez; si a alguien se le ha ocurrido preguntar cosas como ¿de quién es la culpa de que a las chicas las agredan durante las fiestas? Con la inclusión, entre las respuestas imaginables, la de que la culpa es de ellas por acudir. Porque está claro, es de una lógica aplastante, que si las mujeres no fueran a fiestas, no habría agresiones sexuales, por lo menos no de género. Del mismo modo que si las mujeres no trabajaran, no sufrirían las actuales discriminaciones laborales ni salariales (ganan un 20% menos, de media, por el mismo trabajo)... Y si me permito este recurso al sarcasmo y/o a la reducción al absurdo, es porque la violencia de género está adquiriendo una escala y una significación que, a mi juicio, exigen replanteamientos radicales y múltiples, de fondo, forma y tono.
El ministerio de Igualdad acaba de hacer pública una encuesta de resultados escalofríantes porque reflejan una mentalidad social que, frente a las víctimas de la violencia de género, se muestra severa e incluso recelosa. Tanto que tiende a invertir la culpa, la responsabilidad en el maltrato. Así, el 40% de los encuestados culpa a la maltratada por no irse de su casa; y en torno al 70% encuentra alguna forma de "justificación" en el maltratador, o al menos, de amortiguación de la pura y dura intencionalidad (o problemas psicológicos; o una "naturaleza" violenta o alcoholismo o tal vez haber sufrido, o presenciado, agresiones en la infancia). Mientras esa mentalidad no cambie, mientras no se abra a la pura empatía, a la simple justicia; no asuma que la lucha contra la violencia de género es una prioridad de interés general, habrá poco que hacer frente a la magnitud colosal, demoledora, de una violencia que ha asesinado ya a 42 mujeres este año. Mientras esa mentalidad no cambie, las mujeres maltratadas, presentes y futuras, seguirán desprotegidas, en peligro de más o de peor, porque a pesar de las medidas de protección, las órdenes de alejamiento y los discursos, estarán fundamental, socialmente, solas.
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