Bolonia lucha contra el olvido
Ningún representante del Gabinete italiano participa en la conmemoración del 30º aniversario del peor atentado terrorista de la historia de la República
A las 10.25, cada 2 de agosto, desde hace 30 años, Bolonia enmudece. El reloj de la estación de trenes, donde en 1980 una bomba mató a 85 personas e hirió a más de 200, no ha vuelto a funcionar desde entonces. Centenares de personas, año tras año, acuden a la conmemoración del atentado. Emocionadas, en respetuoso silencio mientras habla el presidente de la asociación de los familiares de las víctimas, Paolo Bolognesi. "Bolonia no olvida", gritan él y el cartel que abre la marcha que desde el Ayuntamiento lleva hasta la estación.
El guión este año fue algo distinto y dejó un amargo sabor de boca a familiares y ciudadanos. Durante la celebración, un representante del Gobierno suele pronunciar un discurso y la gente suele cubrir sus palabras con gritos, exasperada por el hecho de que -a pesar de promesas y declaraciones- ninguno de los Ejecutivos que se han sucedido desde 1980 ha levantado el secreto de Estado para que se pueda finalmente hacer luz sobre los autores intelectuales de la matanza. Se sabe que se trató de terrorismo de extrema derecha, pero nadie ha pagado por ello (solo tres neofascistas fueron condenados por haber puesto la bomba y ya no están en la cárcel).
Ayer no hubo silbidos ni abucheos. No fueron necesarios porque el Gobierno no estaba. Dejó sola la ciudad, con sus preguntas y sus heridas. Ningún ministro ni un secretario de Estado ni otro alto cargo acudieron al aniversario del atentado más grave de la historia de la República.
"Nos silbáis y entonces no vamos a ir", declinó la invitación el titular de Defensa, Ignazio La Russa. "Seguimos pidiendo verdad y justicia. No estamos dispuestos a callarnos como les gustaría a los que quieren tener súbditos y no ciudadanos", contestó Bolognesi. "Hay que trabajar para colmar lagunas y ambigüedades sobre las tramas y las complicidades soterradas de aquel terrible episodio", dijo el presidente de la República, Giorgio Napolitano, en un mensaje leído desde el escenario. Un aplauso largo y fragoroso fue la respuesta de la plaza.
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