La oscuridad que todo lo engulle
Miles de personas tratan de limpiar, sin medios, el mayor vertido de crudo de la historia de China
Mao Wensen tiene el rostro cansado y sucio. La mezcla de sudor y engrudo negro cubre unas mejillas castigadas por el sol durante años de faenar en el mar. El cuerpo, forrado por unos pantalones de plástico con peto; los brazos, aceitosos; las uñas, alquitranadas. Mao es pescador, pero desde hace días solo pesca un líquido espeso y maloliente: petróleo. "Por cada depósito que traigo lleno
me pagan 300 yuanes (unos 34 euros). Recojo entre 10 y 20 al día, pero no creo que siga haciendo esto mucho más tiempo. Queda mucho petróleo en el mar, pero está ya demasiado lejos, a cuatro horas de ida y otras cuatro de vuelta", dice este hombre de 34 años, mientras mira su chalupa de unos 10 metros de eslora completamente embadurnada de negro.
El Gobierno asegura que la mancha de fuel ha sido eliminada con éxito
Greenpeace dice que la fuga es mayor que la del 'Prestige' y que aún queda crudo
A su alrededor, el espectáculo en el puerto pesquero de Bahía Dorada, 60 kilómetros al noreste de Dalian, corta la respiración. Es miércoles de esta semana. Más de un centenar de barcos brillan bajo el sol, negros como si hubieran sido barnizados por las almas de la noche. En las cubiertas, los hombres descargan los barriles repletos del líquido viscoso entre patinazos. En el muelle, decenas de personas -incluidas mujeres y algunos jóvenes- organizan y cuentan los toneles a la espera de ser cargados en los camiones. Pocos usan guantes; casi nadie, mascarilla. "Son incómodos. Hace calor", dice un vecino. Un pescador, con el cuerpo empapado en petróleo, hunde el brazo desnudo en los depósitos, uno tras otro, y presiona la masa para comprobar si esconde agua. Viste una gorra oscura. Fuma un pitillo. Hay miles de barriles, alineados como si formaran un ejército fantasma.
La vista contrasta con el paisaje circundante: suaves colinas arboladas, casas de veraneo, cielo azul y una playa de arena clara, que hasta la catástrofe era un imán de turistas. Ya no. La costa de Dalian, una de las ciudades más agradables de China, se ha transformado en un vertedero de crudo, a consecuencia del accidente sufrido el 16 de julio en las instalaciones de Petrochina -filial de China National Petroleum Corporation (CNPC), el mayor grupo petrolero del país- en las afueras de esta ciudad de la provincia norteña de Liaoning.
El vertido se produjo cuando un oleoducto de 0,9 metros de diámetro de la terminal de Xingang explotó junto a un tanque de almacenamiento, después de haber sido finalizada la descarga del petrolero. Desde entonces, miles de pescadores como Mao se han inclinado sobre la borda de sus barcos de madera, enarbolando palas, cubos e incluso las propias manos, para recoger del agua salada el mayor derrame de petróleo de la historia de China. Otros miles de personas trabajan limpiando la costa.
Las autoridades aseguraron el lunes pasado que el vertido había sido controlado con éxito. "Esto es una victoria. La mancha de petróleo ha sido eliminada completamente del mar y el crudo no ha llegado a aguas internacionales", dijo el alcalde de Dalian, Li Wancai, en la prensa local. Algo que no comparte la organización ecologista. "En las zonas donde poca gente puede verlo, aún hay petróleo", dice Zhong Yu, experta de Greenpeace. El Gobierno afirma que fueron 1.500 toneladas las que fluyeron al océano. Greenpeace y Richard Steiner -un profesor estadounidense con gran experiencia en este tipo de desastres, que ha recorrido la zona junto a la organización ecologista- calculan que la cifra es mucho mayor: entre 60.000 y 90.000 toneladas -igual o más que en la catástrofe del Prestige (64.000 toneladas) en Galicia, en 2002-, lo que sitúa el vertido chino entre los 30 mayores de la historia.
Greenpeace admite que sus estimaciones podrían ser un 50% erróneas, por lo alto o por lo bajo, debido a la falta de información por parte de Petrochina y del Gobierno. Según Steiner, es corriente que los gobiernos y las petroleras minimicen la gravedad de los derrames, pero no hasta tal nivel. Greenpeace basa sus estimaciones en el crudo recogido por los miles de pescadores desplegados y el tamaño del tanque que resultó destruido, y que acababa de ser llenado por el petrolero. Según señala, parte del combustible ardió y el resto fue al mar. Además, asegura que fue soltado deliberadamente petróleo de otros cinco depósitos para contener el incendio y evitar el estallido de un tanque cercano de dimetil benceno, que habría creado una nube tóxica y habría obligado a desalojar a la población en varios kilómetros a la redonda.
Bajo el puente que cruza la bocana del puerto de Bahía Dorada, varios obreros cargan planchas de paja en un barco para arrojarlas al mar y absorber el crudo. Otros vacían el líquido negro de la bodega de un pesquero. El traqueteo de los barcos entrando y saliendo es constante.
La playa se extiende varios kilómetros a ambos lados del puerto. Bajo una hilera de toldos, tres hombres comen en silencio. No hay nadie más a la vista. "El año pasado, por estas fechas, esto estaba repleto de gente, en el mar, en la arena", asegura He, de 42 años, dueño del negocio. "Un día normal ganaba entre 2.000 y 3.000 yuanes [entre 226 y 340 euros] -el triple en fin de semana-. Ahora, cero, y la temporada sólo dura dos meses. El Gobierno no ha dicho nada sobre si nos van a indemnizar", dice entre enojado y resignado. En la orilla, donde el agua aceitosa lame la arena, ha sido extendida una alfombra de paja para empapar el crudo que devuelve el mar.
Parte de la población de esta zona vive de la acuicultura. Existen cientos de granjas de moluscos, como vieiras, muchas de las cuales han resultado contaminadas. Pero los pescadores no parecen conscientes del peligro potencial. "En cuanto acabemos, las introduciremos en el mar. No pasa nada. El petróleo sólo está en la superficie", dice una mujer, mientras engarza conchas en cuerdas, junto a una veintena de compañeros. A lo lejos, varios barcos se balancean, más allá de las barreras de goma que han sido desplegadas para contener las manchas de combustible. Hay más de 40 kilómetros en diferentes zonas del mar que rodea la península en la que está Dalian. También han sido empleadas toneladas de bacterias devoradoras de petróleo.
En el otro flanco de la playa, turistas y vecinos pasean descalzos, a pesar de las manchas negras que salpican la arena y la película aceitosa que cubre el agua. Las autoridades municipales han pedido a la gente que "por favor, no vaya ni se bañe en la playa Dorada", según recoge el diario Noticias de la tarde de Dalian. Pero el Gobierno debería ir mucho más allá, según Greenpeace. "Las playas deberían ser clausuradas este año, y no se ha hecho nada en los mercados para controlar el pescado y evitar que entre en la cadena alimentaria. Las pérdidas para el turismo y la acuicultura no se pueden recuperar a costa de la salud de la gente", dice Zhong Yu.
No hay nadie a la vista nadando, pero la gente camina por la orilla, un niño chapotea con el culo al aire, un hombre grueso se frota con arena y agua para limpiarse el petróleo de las piernas. La mujer que lo acompaña, vestida con un bañador de colores chillones y pequeña falda de volantes, hace lo mismo. "No pasa nada", dice la señora. Y cuando se les comenta que las autoridades han recomendado no ir a esta playa, entre otras, por los riesgos tóxicos, el hombre responde: "Pero, ¿se cree lo que dice la prensa?"
Greenpeace cree que la población no ha sido advertida suficientemente de los peligros sanitarios del vertido, y critica la mala protección de los participantes en las labores de limpieza. Un bombero de 25 años murió ahogado mientras participaba en los trabajos. El Gobierno de Dalian evitó dar su opinión sobre la situación del vertido cuando fue consultado varias veces por este periódico.
La carretera que conduce al puerto de Xingang, situado a 40 kilómetros de Dalian, atraviesa una sucesión de polígonos industriales y complejos petroquímicos. Desde el exterior de las instalaciones de Petrochina se ven los grandes depósitos circulares de almacenamiento de combustible. Cerca de la línea de costa, está la puerta del complejo. En el interior, hay varios camiones de bomberos. Y detrás de estos, el lugar donde estalló el oleoducto, provocando un infierno. Las llamas alcanzaron 30 metros de altura, y tardaron 15 horas en extinguirse.
Un tanque de 100.000 metros cúbicos está semicalcinado, con las paredes de acero fundidas. Dos depósitos cercanos del mismo tamaño están cubiertos de hollín. Incluso el edificio de recepción ardió en parte. Varias cuadrillas de obreros trabajan a toda marcha para reparar los daños. "Hubo que soltar el petróleo al mar para evitar que estallaran los tanques", cuenta un empleado de Petrochina junto a la entrada.
La Administración Estatal de Seguridad en el Trabajo ha asegurado que la catástrofe se produjo cuando dos contratas que trabajaban para CNPC continuaron inyectando desulfurizador en el oleoducto después de que el barco, de 300.000 toneladas, hubiera finalizado la operación de descarga. Según la agencia, el agente químico era "extremadamente oxidante". Además, según dice, los sistemas de emergencia y de control de incendios no funcionaron correctamente después de que el fuego dañara los cables eléctricos, lo que impidió cerrar las válvulas del tanque de combustible.
Un control de policía impide el acceso a la bocana de la terminal petrolera. Pero un camino cercano conduce hasta el mar, donde el paisaje es devastador: la costa está cubierta de una capa negra. Cuatro barcos pescan el crudo que se agita con las olas. La agencia oficial Xinhua anunció el pasado jueves que la terminal había retomado la plena actividad.
La presencia de petróleo es evidente también en otras zonas. En Dalian Gang, otro puerto pesquero, el crudo forra los muros del muelle, donde están anclados decenas de barcos teñidos de color azabache. Según el Gobierno municipal, 266 barcos especializados y más de 7.000 pesqueros han participado en la limpieza.
Más al sur, a 80 kilómetros de la planta de Petrochina, en el extremo oriental de la península, los efectos del vertido son más diluidos. Manchas blancas de centenares de metros, creadas por los productos usados para dispersar el crudo, bailan con la corriente. Desde lo alto de un mirador, varios pescadores hunden los sedales de sus cañas al fondo del acantilado. "Lo que pesque me lo llevo a casa y me lo como. ¿Miedo a que esté contaminado? En absoluto", dice un hombre. Respuesta que se repite en esta ciudad, donde el marisco y el pescado forman parte de su tradición culinaria.
"El Gobierno se ha tomado el asunto en serio, pero creo que en septiembre [cuando comienza la temporada de pesca, prohibida cada verano] el mar no estará aún muy limpio", dice Chen, que trabaja en la oficina del puerto de la mayor lonja de la ciudad. Greenpeace considera que el impacto del vertido durará décadas. "Y ninguna de las partes responsables ha pedido aún disculpas en público ni ha hablado de compensaciones", critica Zhong Yu.
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