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Ni contigo ni sin ti
Columna
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DISCIPLINA

Carlos E. Cué

Ningún lugar mejor que el Congreso para comprobar los efectos demoledores del despido libre. ¿Por qué tienen tanto terror los políticos a discrepar en público de sus jefes? Sencillo: porque les echan. No necesitan justificar nada, ni pérdidas, ni baja actividad del trabajador. Tampoco hay tutela judicial. Simplemente, desaparecen de las listas. Sin más. Años y años de práctica del despido libre en política -"ha perdido la confianza de la dirección", suele ser el término técnico- han dejado un erial de unanimidad.

Por si fuera poca la presión del despido libre, queda la disciplina de voto. Ahí PSOE y PP son como dos gotas de agua. Hasta las multas que ponen por romperla son parecidas -300 euros el PP, de 300 a 600 el PSOE-. Esta semana, en Cataluña, se produjo el milagro: el PSC dio a los suyos libertad de voto... ¡para prohibir los toros! Los diputados de este partido no pueden votar contra una reforma laboral que, en privado, muchos ven como una auténtica traición al ideario socialista. Pero con los toros sí, ahí, al fin, ¡son libres!

Algunos optimistas dicen que en realidad sí hay debates intensos en los partidos, pero que no nos enteramos. Los veteranos admiten que poco a poco todos han renunciado a protestar para sobrevivir. "Qué desastre lo que acabo de votar" es una de las frases más escuchadas en los pasillos. Socialistas en contra de medidas antisociales, liberales del PP que rechazan apoyar con fondos públicos a la banca...

En el PP hay incluso un nombre tétrico para la zona del Congreso en la que están los que se atrevieron a criticar a Rajoy y, muy probablemente, no repetirán en las listas. Le llaman el valle de los caídos.

En Reino Unido, los críticos tienen otro estatus. Se les llama back benchers, porque se sientan al fondo, y tienen su escaño garantizado mientras la gente les vote. Aquí también se sientan al fondo, pero su puesto depende solo de la voluntad del líder. Claro que tampoco el otro sistema es perfecto. "Con las primarias americanas yo nunca habría llegado a nada en política. Hace falta mucho dinero para eso, y yo soy hijo del panadero del pueblo", asegura uno. Y luego hablan de la disciplina inglesa. En política, somos mucho más ordenaditos que la pérfida Albión.

Eso sí, la disciplina no es contagiosa, y algunos seguimos siendo muy ibéricos. Hace 10 días, cuando nació mi hija, me prometí que sería inflexible: aunque llore, ni un día dormirá fuera de la cuna. Tienes que imponer tu ley, dicen los expertos. "No se negocia con terroristas, que no te chantajee", resume un amigo, padre veterano. Yo aguanté 45 segundos de llanto antes de pasarla a la cama con sus padres. ¡Toma disciplina!

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