_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un trío emprendedor

En aquellos tiempos casi nadie había nacido en Madrid. La ciudad con mayor capacidad de acogida y su enclave en el centro de la Península la hace especialmente convergente. Por esa oscura razón se instaló allí la capital del reino y del imperio, aunque tuvieron preferencia Sevilla, Barcelona, Toledo o Lisboa. Ganó Madrid y parece que en ello algo tuvo que ver la fama salutífera de sus alrededores, bendecidos por vigorizantes radiaciones. Especialmente favorable para lo que fue azote durante siglos: la tuberculosis. La sierra madrileña irradia efectos benéficos; aquí trajo su gota el rey Felipe II y las entidades bancarias. Primero volvían tísicos a los empleados a base de mucho trabajo y corta paga, luego los remitían a los sanatorios donde eran felices tomando el sol invernal, tapados con una manta.

El pulso de los negocios pasaba por el poderoso Ministerio de Comercio, situado en Serrano

Esta serie de artículos -creo procedente recordarlo- son recuerdos en los rincones de mi memoria y no descripción sociológica de un país ni cosa por el estilo. En esta ciudad tan machacada por la Guerra Civil convergieron tres hombres en la sazón de sus vidas, entre los treinta y los cuarenta años, y cada cual un gigante en su actividad. Un gallego, un valenciano y un catalán: Eduardo Barreiros, José Meliá y José Banús; la automoción, la hostelería y los viajes y la construcción. El último tuvo la contrata para levantar el Valle de los Caídos, donde trabajaron prisioneros de la Guerra Civil a cambio de cierta mejora en la comida y la percepción de un salario convenido. Además, hizo el Barrio del Pilar y luego, el Puerto Banús, junto a Marbella y más cosas.

Meliá procedía de una familia valenciana de menestrales, talla alta. Creo que su primer gran hotel fue el Bahía de Palma de Mallorca; luego se extendió por la Península, archipiélagos y el mundo entero. Paralelamente dio un impulso considerable a los viajes, tras la senda de Wagons-Lits Cook. Hoy el imperio sobrevive en otras manos.

Barreiros se crió en el taller de reparaciones de su padre, pero apuntaba lejos y quiso competir con la Seat. Tras años de esfuerzo, da la campanada de los talleres de Villaverde Bajo, donde concentró a varios millares de trabajadores, que primero dieron salida a vehículos agrícolas, y luego se alió con la Dodge americana. Ante quienes advertían los riesgos de tamaña presencia laboral en las puertas de Madrid solía contestar que era una garantía. "Crea muchos puestos de trabajo, que los conflictos te los arreglarán otros". Proscritas las huelgas, pensaba, según algunos, que la policía mantendría siempre el orden y la integridad laboral.

He mencionado a estos tres hombres, aunque repartidos por el resto del país destacaron otros en la industria y el comercio en aquel país desvencijado. También tuvo influencia, política y económica, la maniobra del dictador de atraillar la influencia de los vascos y su industria pesada creando Ensidesa en Asturias, como contrapartida de los Altos Hornos de Vizcaya. La hegemonía vascongada fue recuperada con la llegada de los tecnócratas, especialmente del ministro de Industria, López Bravo, miembro del floreciente Opus Dei, que tomaba el relevo de las conciencias en la clase dominante. Aquello fue tangencial en el Madrid que seguía manejando el sistema nervioso de la economía general.

El pulso de los negocios pasaba por el poderoso Ministerio de Comercio, situado en la calle de Serrano, esquina a la de Ayala, y no solo en sus cuatro plantas señoriales, sino en los bares aledaños. Especialmente en el desaparecido Café Roma, cuartel del Estado Mayor de los negociantes catalanes, donde recibían y dejaban recados, planeaban sobornos y evaluaban cohechos. Sin duda se llevaban el gato al agua, eran simpáticos, charlatanes, venían sobre seguro y tenían que pasar por lo menos una noche en la capital. Los más pudientes se alojaban en el Hotel Palace, otro feudo barcelonés, o en los pocos albergues y muchas residencias cercanas al ministerio. Brujuleaban con pericia entre el tejido burocrático y poseían el sexto sentido de averiguar el precio del funcionario, que podía ir desde un obsequio irrelevante hasta una transferencia en Suiza. Primero el puente aéreo y después el Ave acortaron su presencia, que dejaba una pasta en restaurantes, cabarets y alojamiento. Ahora, cuando vienen, lo hacen por la mañana y regresan al anochecer con el Ave o en el puente aéreo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_