Un increíble embrollo
Verdaderamente, la política es el reino de las paradojas. Los socialistas catalanes se pasaron casi un cuarto de siglo acusando a Pujol de envolverse en la bandera a la menor crítica o dificultad, reprochándole utilizar los símbolos de todos para distinguir entre buenos y malos catalanes. Pero ahora, cuando el PSC vive su disyuntiva más complicada en tres décadas, son ellos quienes tratan de atrincherarse detrás de la bandera con la esperanza de que esta les sirva para mantener el control simbólico de la manifestación de mañana.
Si las palabras todavía tienen un significado preciso, la convocatoria de este sábado por la tarde no puede en ningún caso ser "unitaria". No lo será, porque dos de los grupos políticos representados en el Parlamento catalán (Partido Popular y Ciudadanos), lejos de rechazar la sentencia del Constitucional, la aplauden, lo mismo que conspicuos opinadores con columna fija en la prensa barcelonesa. He aquí la sencilla y democrática razón por la cual la bandera cuatribarrada no vale como lema mudo de la manifestación: utilizarla con este fin equivaldría a excluir a la señora Sánchez-Camacho, y al señor Rivera, y a sus votantes, y a los columnistas antes aludidos, a excluirlos de la catalanidad. Y una cosa es que uno los crea equivocados, en ocasiones hasta el límite de lo freaky, pero otra muy distinta es tacharlos de traidores o desterrarlos de la comunidad.
Al aparato del PSC le gustaría encabezar la manifestación con una pancarta que señalara al PP como el enemigo de Cataluña
Con todo, lo más incomprensible del asunto es el motivo aparente por el cual la dirección del PSC y el entorno del presidente Montilla han experimentado este súbito fervor por la bandera catalana como encabezamiento ideal de la manifestación de mañana: para huir del lema propuesto por Òmnium Cultural y demás entidades convocantes, el Som una nació. Nosaltres decidim. Si en los despachos de la calle de Nicaragua y de la plaza de Sant Jaume releen con calma la declaración institucional que el presidente de la Generalitat pronunció ante las cámaras al poco rato de conocerse la sentencia -y que la prensa publicó al día siguiente-, comprobarán que la aseveración "som una nació" aparece allí textual y enfáticamente. Y, puesto que somos una nación, "nosaltres decidim".
La literalidad de estas dos últimas palabras no figura en el documento, pero su sentido político lo impregna de arriba abajo. ¿Qué otra cosa significan expresiones del tipo "no hi ha tribunal que pugui jutjar els nostres sentiments ni la nostra voluntat", "el poble de Catalunya ha de poder expressar la voluntat de no renunciar a cap de les seves aspiracions", "el nostre poble ha de fer sentir la seva veu per expressar el seu sentiment d'afirmació nacional i la seva voluntat de governar-se", etcétera? ¿Acaso el Gobierno de Montilla no se pasó los meses previos a la sentencia repitiendo que el TC no estaba legitimado para enmendar un Estatuto aprobado en referéndum por la ciudadanía catalana? Si tantas referencias a la voluntad de los catalanes como instancia suprema e inapelable no equivalen, no pueden resumirse en el "nosaltres decidim", ¿qué diablos quieren decir?
Aquí, los amigos socialistas explican en voz baja que el "nosaltres decidim" rima peligrosamente con el "derecho a decidir" tan invocado en los últimos tiempos por movimientos soberanistas e independentistas. ¡Por favor! O sea que el PSC, el partido más poderoso de la historia de Cataluña, ¿se resigna acobardado y sin lucha a que la conjugación entera del verbo decidir quede secuestrada y monopolizada por un puñado de plataformas y de activistas más ruidosos que efectivos?
No, el problema de fondo es otro. El problema es que al aparato del PSC le gustaría poder encabezar la manifestación con una pancarta que dijese, más o menos: "El enemigo de Cataluña no es España; el enemigo es el PP". Pero la realidad resulta bastante menos simple y mucho más incómoda.
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