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Columna
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Dar la cara

Quisiera decir desde el principio que estoy en contra del uso del burka en lugares públicos. En cuanto a que la mejor manera de oponerse a ese uso sea la promulgación de una ley específica, tengo serias dudas; considero que es necesario, en este caso, explorar otras posibilidades de regulación que sean no sólo generales, sino que estén inscritas ya en los principios de nuestras normas jurídicas. Pero para explorarlas haría falta ensanchar un debate que en nuestro país se está planteando, incluso cuando consigue escapar del pulso entre partidos, de un modo a mi entender demasiado limitado, por excesivamente circunscrito a una cuestión de pertenencia cultural. El enfoque "culturalista" o comunitarista no me parece el más adecuado. Porque entiendo que aceptar o no el burka en lugares públicos no tiene que ver con una determinada actitud hacia el Islam, sino con la relación que se mantiene con la noción misma de espacio público, es decir, de todos, donde estamos y cabemos todos; y a partir de esa noción, con el sentido mismo de la democracia.

En mi opinión el espacio público es en esencia el lugar donde uno da la cara, expresión que, en su sentido más corriente, significa asumir una responsabilidad para con los demás, y que por eso a mí me vale como definición de ciudadanía, de pertenencia cívica. Ciudadano es aquel que, reconociéndose como tal, actúa públicamente a cara descubierta, es decir, asume la responsabilidad de estar con otros en el territorio común y en un plano de igualdad. El que alguien en un espacio público pueda observar sin ser observado, identificar sin ser identificado, entiendo que rompe esa igualdad y que atenta contra la propia noción de ciudadanía. Ver a una persona con burka me produce el mismo efecto que me produciría encontrarme en un autobús, en la cola del cine, en un mercado o en un ambulatorio con alguien que llevara, como algo natural, la cabeza cubierta con un pasamontañas o una de esas capuchas (de lamentable evocación) que sólo dejan unas aberturas mínimas para los ojos y la boca. No veo la diferencia entre un pasamontañas - cuyo uso civil y público no creo que encontrara muchos defensores ni sumara muchos argumentos a favor- y un burka. En ambos casos lo esencial es que ocultan el rostro y al hacerlo rompen el equilibrio ciudadano. Y ese desequilibrio que se instaura, ese poder ver a los demás sin que los demás puedan vernos, equivale, en mi opinión, a una forma de espionaje privado; o a la escritura de un anónimo que se pone a circular por ahí. En cualquier caso, rompe con los principios de equivalencia y transparencia que de tantas maneras son sinónimos, y anhelos, de una auténtica vida democrática.

No creo que el debate en torno al uso del burka en lugares públicos deba centrarse en cuestiones de pertenencia cultural- haciéndolo se corre el riesgo además de generar tensiones entre comunidades- sino en consideraciones de pura definición y convicción ciudadanas.

El músico Gorka Alda contempla las fotografías instaladas en la nave industrial donde se ubicará Chillida Lantoki.
El músico Gorka Alda contempla las fotografías instaladas en la nave industrial donde se ubicará Chillida Lantoki.JESUS URIARTE

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