La FIFA y el abuelo de Majalrayo
"¿... Y el Madrid, qué, otra vez campeón de Europa?". Se lo preguntaba hace tiempo en un anuncio un entrañable abuelo de Majalrayo, una aldea de Guadalajara, al que el tiempo se le había detenido en una cabaña sin órbita alguna. Por otras circunstancias, a los dirigentes del fútbol también se les ha parado el reloj. Parecen atrapados en el pleistoceno bajo la excusa de que el fútbol es como la vida misma, con certidumbres y falsedades, el bien y el mal, la justicia y la injusticia. Que nada cambie para que todos estemos como estamos, no sea que interfiera algún chip intruso, todo escape a nuestro control y el negocio se resienta.
Apelan desde los despachos al factor humano, que la gracia de este juego está en su simplicidad. Sin embargo, el fútbol es del pueblo y el pueblo hace tiempo que evoluciona apegado a la tecnología, que bien administrada no es un virus. Resulta curioso que la FIFA prohíba a los jugadores de este Mundial expresarse a través de redes sociales cuando su presidente, Joseph Blatter, acaba de estrenarse en el Twitter. Resulta curioso que los árbitros puedan llevar micrófonos para estar de cháchara con unos asistentes que llevan banderines con chivatos y el balón no pueda llevar una alarma que se active cuando traspasa la línea de gol. Resulta curioso que los reglamentistas del fútbol se escuden en que ese avance no podría ser asumido por el hemisferio modesto de este deporte cuando ni siquiera parecen haber cuantificado qué le costaría a los fabricantes de balones poner un dispositivo en su tripa. Resulta curioso escuchar que todo el fútbol se debe jugar de la misma forma, cuando en la Liga Europa se juega con seis árbitros y en otras competiciones con cuatro, por cierto, con el incremento de costes en humanos que ello supone para los clubes humildes. Resulta curioso que se empeñen en que no se rearbitren los partidos por vídeo cuando su maná son las televisiones, que no solo no ocultan la verdad, sino que la detallan cada día mejor.
¿Qué temen? ¿Por qué evolucionan las botas, los balones, las tiritas mágicas, los cortacéspedes y no hay un ojo de halcón en las porterías? ¿Por qué no reclaman esa ayuda los árbitros, en vez de quedar a la intemperie? ¿Será que les gustan las portadas, aunque sean para mal, o es que se creen jueces divinos? No se trata de aplicar la tecnología a cada jugada, lo que restaría vivacidad al juego y derivaría en un millar de broncas por segundo. ¿Cabe imaginarse cuántas faltas señalaría un cibercerebro? ¿Fue un choque voluntario, sin querer, el jugador dejó la pierna...? ¿Y cuántos penaltis advertiría antes del lanzamiento de un córner? ¿Y cómo decretaría si el fuera de juego es posicional o no? En el fútbol prevalecerá siempre la picaresca, ese tercer tiempo de barra de bar o debate en la oficina sobre tal o cual jugada polémica. Pero en este juego no hay mayor diagnóstico que el gol. ¿Es o no es gol? Tan sencillo como eso. Para acciones como la de Lampard es imprescindible la tecnología. Han pasado 44 años desde el gol que no fue de Hurst y la única ocurrencia de la FIFA es que los tantos no se vean en los videomarcadores de los estadios, es decir, que se le oculte la gran verdad al que paga la entrada y el viaje, no al que lo ve cien veces repetido con tortilla, zapatillas y butaca. Lo dicho: antes se entera el abuelo de Majalrayo de los resultados del Real Madrid que la FIFA pone fin a este absurdo inmovilismo.
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