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Columna
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Contra la Humanidad

Desde el autobús la adivino joven y guapa, aunque a duras penas se le ve más que el rostro. Acalorada, arrastra los sayones a marcha ligera, justo dos pasos por detrás de los hombres que la "acompañan" dándole la espalda, y que departen animadamente entre ellos, bien fresquitos en manga corta y pantalón. Acabo de leer la prensa del día, todavía cuajada de noticias y opiniones acerca del velo sí/velo no. Y me pregunto si esta que acabo de contemplar es la imagen (nuevas valencianas "modestas", sumisas, subalternas) que quiero yo para mi ciudad. La respuesta, aun dentro de este mar de incertidumbres y matices, es que no. Rotundamente, no.

Lo peor de este asunto es el peligro de que en nombre de la libertad, la tolerancia y el progresismo sea obligatorio considerar "respetable" una "idiosincrasia" que atenta precisamente contra la libertad, la tolerancia y el progreso, como si la universalidad de los derechos no mereciera un plano superior a los multiculturalismos y las tradiciones. Tampoco veo la justa correspondencia: mi cultura y mi tradición no me obligan a taparme, pero si no lo hago los países islamistas ni aceptan mi pasaporte ni puedo pisar su territorio. Y vamos a peor: incluso una televisión moderna como Al-Jazeera, que nunca enveló a sus presentadoras, acaba de sufrir la dimisión de cinco de ellas, hartas de las presiones para que se maquillaran menos y lucieran un vestuario más "austero" todavía.

El velo (y ni qué decir el camuflaje total) es mucho más que una prenda, como ya se han encargado de demostrar los clérigos y los varones tapadistas. No adorna: cubre, amaga. Si no, de qué se iba a armar la que se está armando. De hecho, la historia de los Estados musulmanes demuestra la relación inversa entre derechos y velos. Claro que es más importante que las mujeres estudien, conduzcan, trabajen, salgan, entren, gobiernen, lean y escriban, que participen en fiestas, y en plegarias si se les antoja. Pero es que tampoco pueden, no al menos en la misma medida que los varones (ni siquiera viviendo aquí).

Para colmo de la confusión, mientras la izquierda contemporiza, es la derecha (y a veces la ultra) la que mantiene posiciones aparentemente más liberadoras, fruto probablemente de su natural xenofobia. Y el problema es que la Alianza de Civilizaciones se ha diseñado sin las mujeres, que se permite a los Estados musulmanes bloquear el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU cuando se debate la sharia y las lapidaciones... No sé qué pasaría si las injusticias que se cometen contra la mitad de la población afectaran a los hombres rubios, o a los morenos, a los altos, o a los bajos. Seguro que sería considerado un crimen contra la Humanidad, como lo fue el apartheid en Sudáfrica.

Mientras, muchas víctimas se defienden del miedo con una especie de síndrome de Estocolmo que las hace aceptar voluntariamente la brutal desigualdad. Ya lo dijo Sartre, que las mujeres somos el único grupo de esclavos capaces de besar sus cadenas.

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