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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Carrusel japonés

Un nuevo primer ministro, Naoto Kan, para lidiar con problemas profundamente enquistados

Desde que el carismático Junichiro Koizumi dimitiera en 2006, con el récord de permanecer casi cuatro años en el poder, Japón ha tenido cinco jefes de Gobierno. La tentación plenamente justificada sería considerar irrelevante, en un país desarrollado y democrático, la dimisión esta semana del muy impopular Yukio Hatoyama, tras ocho meses en el cargo, y su sustitución por Naoto Kan, viceprimer ministro y titular de Finanzas. Pero se da el caso de que el partido de ambos, el Demócrata (PDJ), llegó al poder el año pasado en una elección histórica que liquidaba más de medio siglo ininterrumpido de dominio del Liberal Demócrata (PLD) y suscitó enormes expectativas de cambio en la hiperburocratizada forma de hacer política en Japón.

Fue un espejismo. El Gobierno de Hatoyama demostró muy pronto la misma incompetencia y falta de liderazgo y la misma implicación en escándalos y corruptelas que fueron derribando uno tras otro a sus predecesores del PLD. Y que abonan la idea de que la todavía segunda economía mundial produce dirigentes tan efímeros como faltos de talla. El pretexto inmediato de la caída en desgracia de Hatoyama ha sido su vacilante manejo de la negociación con Washington para trasladar dentro de Okinawa una aborrecida base estadounidense, que constituyó su principal promesa electoral. Pero ya en otoño se le acusaba, junto con Ichiro Ozawa -oscuro e incombustible factótum del PDJ, también dimitido esta semana como secretario general- de financiación ilegal del partido y de evasión millonaria de impuestos. Naoto Kan no hizo en esos escándalos el menor gesto de distanciamiento de sus patrones políticos.

Parte de la explicación del fiasco que representan los gobernantes nipones puede consistir en una concepción dinástica del poder. Son, casi sin excepción, hijos o nietos de antiguos primeros ministros. No es el caso del flamante Kan, que ha hecho carrera por sí mismo. Si dura lo suficiente, deberá lidiar con un devorador déficit público y una enquistada deflación, que representan una bomba de tiempo en la anquilosada economía japonesa. Y mantener, además, encarriladas unas incómodas relaciones con su aliado estadounidense y con la imparable y expansionista China, el enemigo histórico. Las elecciones a la Cámara alta del mes próximo darán la primera medida de la oportunidad del relevo.

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