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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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Guerras sinérgicas

Lluís Bassets

La guerra suele ser un juego de suma cero. Lo que gana uno lo pierde el otro. Pero con frecuencia es una sustracción: todos pierden en distinto grado. La paz suele ser sinérgica, es decir, todos sacan algún provecho. Lo extraño es encontrarse con una guerra o una acción violenta con efectos sinérgicos: que todos los bandos se sientan victoriosos y consideren que sus posiciones salen reforzadas.

Esta situación es muy propia de las guerras asimétricas, en las que participan agentes heterogéneos: potencias militares frente a grupos terroristas o guerrilleros, o Estados frente a mafias. Y también de las regiones más convulsas del planeta donde abundan estos nuevos agentes armados de la nueva globalidad. Este es el caso de Oriente Próximo, donde hemos visto como mínimo dos guerras, la de Líbano en el verano de 2006 y la de Gaza entre diciembre de 2007 y enero de 2008, en las que Israel consideró alcanzados sus objetivos y sus enemigos, Hezbolá y Hamas respectivamente, también se declararon vencedores a pesar de sus horrorosas y desiguales pérdidas en vidas humanas de combatientes y civiles.

Ahora la intifada del mar iniciada por la flotilla de la solidaridad, que quería llevar su ayuda humanitaria a Gaza, ha desembocado de nuevo en una batalla sinérgica, en la que los dos contendientes salen reforzados en sus respectivas posiciones. El Gobierno de Israel se siente vencedor del envite, exhibiendo su desprecio a la reacción internacional, y tiene buenas razones para ello. Ha conseguido su objetivo, que era mantener su capacidad de disuasión ante el más leve intento de levantar el bloqueo sobre Gaza: aviso para navegantes, y nunca mejor dicho. También se sienten vencedores los organizadores de la flotilla, pues han conseguido en pocas horas que Egipto levantara el bloqueo de la franja y han situado en el centro del debate internacional e incluso de la negociación de la paz entre israelíes y palestinos la situación inhumana en la que se encuentran su millón y medio de habitantes.

Esas batallas sinérgicas también pueden esparcir efectos benéficos en la zona. Turquía es la potencia emergente que saca mayor rédito en prestigio, influencia y capacidad de maniobra. Irán sale del rincón en el que le quería meter Estados Unidos. Pero fuera ya no: Obama sale perdedor de esta batalla ajena. El proceso de paz está de nuevo en el aire; tiene menos capacidad de presión sobre Irán; su imagen en el mundo árabe y musulmán queda deteriorada por su debilidad ante Netanyahu; y disminuida su influencia en una región donde sus dos aliados estratégicos, Turquía e Israel, se hallan al borde de la ruptura. A largo plazo, también Israel pagará los platos rotos por este Gobierno que siempre prefiere hacer la guerra en nombre de la seguridad que contenerse para facilitar la paz.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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