A vueltas con los obispos vascos
Lo decía Debord cuando caracterizaba "la sociedad del espectáculo" como aquella en la que no hay más realidad que la secuencia vertiginosa de las representaciones a través de los medios de comunicación. En la sociedad actual por fin parece haberse cumplido "el ideal sofístico de la identidad del ser y el aparecer". Y eso es lo que está pasando con la designación del futuro obispo de Bilbao tras la marcha hace meses de Ricardo Blázquez. Ya en aquel entonces, "el tal Blázquez" (Arzallus dixit) rechazaba de plano que los últimos cambios en el episcopado vasco (su ascenso, el nombramiento de José Ignacio Munilla en San Sebastián,...) buscaran reconducir desde Madrid la línea de la Iglesia en Euskadi. A su entender, la llegada de Munilla en sustitución de Juan María Uriarte y la posible designación de su obispo auxiliar, Mario Iceta para relevarle no forman parte de estrategia eclesiástica alguna para "rebajar el perfil nacionalista" del clero vasco.
A algunos sectores les inquieta la menor identificación de la Iglesia con el nacionalismo
A juzgar por la carta que han firmado 677 diocesanos vizcaínos parece que no todo el mundo lo entiende así. En la misiva que tanto laicos como religiosos y sacerdotes de la diócesis de Bilbao han remitido al nuncio en España, exigen a Renzo Fratini que la comunidad cristiana participe en la designación del nuevo obispo, vacante desde la marcha de Blázquez. No quieren un "prelado impuesto". No quieren lo que algunos piensan: que se produzca un avance más en la reconquista del País Vasco por el sector más españolista de la Conferencia Episcopal con su presidente, Rouco Varela a la cabeza.
Lo que está viviendo la Iglesia vasca en esta primera fase es un toque de atención de cara a Roma. Buscan transparencia. Es verdad que con el precedente de Munilla en Guipúzcoa (entonces su nominación fue recibida con "dolor" por 8 de cada 10 párrocos, en una carta firmada por 85 de los 110 sacerdotes del territorio), esta vez la misiva no recoge ni alusiones directas ni tiene el tono tan agresivo de aquella. Un Munilla, dicho sea de paso, en un discreto segundo plano y habiendo nombrado como vicario a uno de los sacerdotes críticos con su designación, al arcipreste de Bergara, Juan Kruz Mendizabal. Algo que también podría pasar en Bilbao cuando se haga firme el nombramiento de Iceta como obispo titular, para calmar las aguas. Pero en el fondo ¿qué subyace en todo un debate que ya vivimos en 1995 con la llegada de Blázquez a la capital vizcaína (en aquel entonces liderado por la cúpula del PNV)? ¿De verdad preocupa este nombramiento en una sociedad como la vasca en la que según una de las últimas encuestas del CIS casi el 20% de los ciudadanos se declara no creyente? ¿En la que el 46% de los jóvenes de entre 15 y 24 años se consideran ateos? ¿Dde verdad preocupa la designación del obispo en una sociedad en la que sólo 16 de cada 100 personas van a misa todos los domingos? Probablemente no, cuando por ejemplo, dicho sea de paso, sólo uno de cada cinco vizcaínos ha marcado en la última declaración de la Renta la X para entregar el 0,7% de sus impuestos a la Iglesia Católica. En el día a día el ciudadano no piensa en eso.
Lo que verdaderamente inquieta en algunos sectores es ver cómo la identificación de la Iglesia con el nacionalismo ha decrecido espectacularmente en los últimos años. Y cómo algunos perciben que desde hace más de una década, la anterior línea marcada por obispos como Setién, connivente con el nacionalismo, está desautorizada, y que las palomas que llegan de Roma pero sobre todo de Madrid se orientan hacía movimientos conservadores. Todo después de que durante décadas la Iglesia vasca, la misma que a principios del siglo XX estaba anclada en el ámbito rural y después se implantara con fuerza, la misma que fuera perseguida por su lealtad a la República, haya sido objeto de controversias. Desde el escrito que en 1960 más de 300 sacerdotes remitieron al Vaticano para denunciar torturas del régimen franquista y reclamar la defensa de los derechos del pueblo vasco, hasta las declaraciones en 1988 del entonces obispo de San Sebastián, José María Setién, aseverando que la normalización del País Vasco pasaba "por el reconocimiento del derecho de autodeterminación". En aquellos años, para la Iglesia ser vasco era ser nacionalista. Desde hace algo más de una década, con movimientos como el nombramiento de Blázquez, ya no. Tan sólo hay que recordar la carta firmada por 226 sacerdotes vizcaínos el 5 de enero de 2001, pidiendo perdón a las víctimas del terrorismo por no haber estado con ellas y condenando a ETA.
Tarde o temprano, el nombramiento de Mario Iceta como obispo de Bilbao llegará. De la misma forma que se produjo el de José Ignacio Munilla en San Sebastián. Con mayor o menor polémica. Con más o menos declaraciones. Pero lo peor o lo mejor para algunos no será eso. Porque mientras determinados sectores estén mirando hacia la presencia de cierto dogma político en la Religión, quizá no se den cuenta de que los problemas son otros y más graves: la falta de conexión de la Religión con la sociedad, su falta de protagonismo en el día a día y la ausencia de vocaciones. La edad media en la diócesis de Bilbao, la que tendrá que dirigir Iceta, supera los 60 años. Y para esto, no hay cartas que enviar a Roma.
Andoni Orrantia es periodista.
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