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Columna
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Humo negro

Resulta que todo fue por culpa del alcohol. El doctor Shephard, drogata y borrachín, llevaba tal colocón encima que, cuando el vuelo 851 de Oceanic se estrelló, ni siquiera se enteró de que la había palmado. Dicen que tras una parada cardiorespiratoria la actividad cerebral se mantiene durante algunos instantes. Por lo visto, a la sesera del bueno de Jack la batería le ha durado nada menos que seis años. Es lo que tiene la bebida. Hace que las ideas más inverosímiles asomen por la cabeza. Nuestro apuesto neurocirujano había agarrado tal curda que imaginó que un buen número de pasajeros sobrevivía junto a él a un accidente aéreo, en una extraña isla en la que los paralíticos se ponían a andar repentinamente, los enfermos de cáncer mejoraban y hasta podías convertirte en inmortal.

Eso sí, el archipiélago en cuestión también contaba con ciertos peligros. Un humo negro, más letal que el de un tubo de escape, se entretenía aporreando al personal contra los árboles, tal y como le sucedió al pobre señor Eko. Además, las embarazadas se morían y, si no andabas con cuidado, te podía devorar un oso polar de la jungla. Si es que antes "los otros" o Ana Lucía no te habían pegado un tiro. En pleno delirium tremens, y con el botellín de la priva todavía en el bolsillo, Shepard tuvo una visión mística en la que los iluminados componentes de la Iniciativa Dharma realizaban divertidísimos vídeos de autoayuda: ¡Namaste doctor Chang!

Jack incluso tuvo tiempo para que aflorase su vena cabalística y fantaseó con que otro colega en el arte de pimplar, el escocés Desmond, tenía un hobby apasionante: tecleaba seis números cada 108 minutos para salvar al mundo.

Finalmente, tiene que ser el propio padre del protagonista, el difunto doctor Shephard senior quien le descubre a Jack la cruda realidad: tanto él como el resto de los viajeros de Oceanic han fallecido y además sus compañeros ya están un poco cansados de que el desvarío del médico les obligue a patear la isla sin parar. En definitiva, quieren descansar en paz y que el galeno deje de dar la murga. Jack se lleva un disgustazo, pero acepta resignado su nueva situación y colorín colorado...

¡Qué casualidad! También Zapatero lleva seis temporadas perdido en su isla y creyendo que habíamos sobrevivido a la crisis mundial. Cómo íbamos a pensar que todo aquello de que éramos la octava economía del mundo, que contábamos con un sistema bancario que era un ejemplo de estabilidad (ahí están los casos de la Caja Castilla-La Mancha y CajaSur para probarlo) y que nuestras políticas sociales no tenían parangón no eran sino una alucinación del Jack Shephard de La Moncloa. ¿Quién asumirá ahora el papel de Shephard padre para desvelar a Zapatero su triste situación: que es un cadáver político y que quizá le ha llegado el momento de abandonar el limbo y ceder el paso a alguien más preparado para rescatarnos? Antes de que regrese el "humo negro" del PP.

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