Gran Vía
Hay que ver lo espectacular que es la Gran Vía de Madrid y la capacidad infinita que tienen los responsables políticos para convertirla en una vulgaridad sin precedentes. Pasó en las celebraciones de la boda de los Príncipes con aquellos almendros de plástico, sujetos con abrazaderas metálicas enormes, y está pasando con su aniversario, a menudo reducida la avenida especialísima a mera anécdota.
La otra noche, sin ir más lejos, zapeando, llegué hasta un programa especial San Isidro -creo- de Telemadrid, en el cual se mostraban los fastos en la Gran Vía -sí, veo Telemadrid algunos días, lo confieso, como quien da caladas clandestinas a un cigarrillo, de vez en cuando pero aspirando profundo para llenar bien los pulmones de esos debates imposibles que allí se hacen-. En medio del sarao estaba Esperanza Roy, creo, con aire de chulapa, en uno de los "puestos" de música para el entretenimiento popular, mientras un poco más allá actuaba un revival de... lo han adivinado: la "movida", que mira que ha cundido algo que pasó hace veinte años, como si no hubiera sucedido nada más en Madrid desde entonces -y hasta entonces-. Está claro que la cosa de la charanga mola mazo, aunque también cabría la posibilidad de animar a un poco de disfrute más sofisticado, menos reiterativo, incluso más original. ¿O no?
El caso es que leía luego -porque aguantar mucho rato en Telemadrid eso sí que no suelo hacerlo- que habían cubierto la avenida con una alfombra azul, un poco como las tiendas de lujo en Navidad, si bien en ese caso la alfombra es roja, que puestos a pisar morena con garbo, más vale hacerlo sobre un aire de Oscar -¿será que el rojo es el color de la bandera de la Comunidad, y el Ayuntamiento ha preferido obviarlo?-. Y no es que esté yo contra las celebraciones en la calle, sobre todo en una ciudad que con dos de pipas se lanza a las aceras a pasarlo bien, sino que hubiera podido ser igual de celebration sin gastar el parné en todos esos metros de tela: en las fiestas nadie mira al suelo, francamente, aunque en Madrid y tal y como están de mal las aceras no está de más para evitar caídas. En general es mejor mirar al cielo que al suelo, lo advierte el estribillo popular: "Mirar pa' abajo que caen garbanzos". Mejor mirar hacia lo alto: "Mirar pa' arriba que caen judías".
Mejor lanzar los ojos hacia ese cielo extraordinario de Madrid, azul limpio o con unas nubes que corren rápidas, cielo altísimo de llanura, y darse de bruces con la auténtica Gran Vía, la de los remaches, templetes y remakes que coronan los edificios, prodigio arquitectónico y, sobre todo, una de las pocas calles que han permanecido casi incólumes en una ciudad que ha sufrido -y sigue sufriendo- tantas debacles urbanísticas. A la Gran Vía, gran señora de las calles, les ha dado por dejarla tranquila -menos mal-, así que mientras dure el idilio, parece una buena idea darse un paseo tranquilo para gozar de la belleza de los edificios, tipologías de la modernidad más deslumbrante, casi la única muestra de Madrid, una ciudad chata, de tejaditos, una ciudad que gusta más desde el suelo que desde el cielo.
Quizás en este punto radica la clave de la cuestión: cada vez que desde algunas instancias oficiales se decide celebrar algo se cae en el tópico de lo castizo, cuando la Gran Vía tiene poco de castizo y mucho de moderno -¿no eran antitéticos los dos adjetivos?-. Pues eso, que vaya estrechez de miras y vaya hastío de siempre lo mismo: charanga callejera. Prueben a mirar hacia arriba que además es gratis: no caerán judías, sino arquitecturas sorprendentes.
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