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Columna
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Otra pobre de pedir

Redecora tu vida, dice Ikea. Pero es difícil imaginar a alguien que hoy pueda redecorar su vida en sentido estricto, es decir, en sentido Ikea: cambiar los muebles de la casa, entelar las paredes, retapizar los sofás. De hecho, se produce la encantadora paradoja de que la única persona que se me ocurre que podría disponer de tal capacidad es una pobre de pedir. Claro que hay pobres de pedir a las que ves andrajosas por las calles, arrastrando unas piernas hinchadas por las que resbalan unos calcetines que alguna vez fueron blancos pero han acabado negros de mugre, arrugados sobre las sandalias, y luego resulta que en el carrito de supermercado que a duras penas arrastran y que también puede ser un destartalado carrito de bebé, bajo montañas de bolsas de plástico que solo prometen inútiles cachivaches y malolientes basuras, les han encontrado una fortuna en fajos de billetes de curso legal. Tantos como para llenar bolsas de playa, que tienen mucho fondo. Es verdad que eso solo se encuentra, claro, cuando la pobre de pedir aparece acurrucada junto a su carrito y ya no hay nada que pueda hacerse por ella más que revolver entre sus repugnantes pertenencias; hasta entonces cualquiera habría asegurado que ahí solo había eso: una pobre de pedir.

Así que, como quería empezar diciendo, la edición 2010 de CasaDecor nos pilla con el decapante de capa caída a las que no somos pobres de pedir más que préstamos al banco, pero el diseñador y dibujante Alfonso Muro y yo decidimos acercarnos al número 29 de la calle de Velázquez porque soñamos con ser pareja de hecho decorador, como si lo que en realidad quisiéramos redecorar fueran nuestros propios sueños y, principalmente, porque nos hacía el recorrido Alejandro Fernández, de Marco Aldany, que podía ejercer de cicerone, despejarnos el camino, contarnos algún secretillo, darnos un salvoconducto a la trastienda (la palabra salvoconducto me enloquece, aunque es una de esas palabras engañosas, como la publicidad: se refiere a territorios en guerra, a zonas vetadas, a tragedias personales y colectivas, pero lo que evoca son escenas en blanco y negro en las que fuman mujeres glamourosas que logran proteger a su amor sorteando los más terribles peligros y resistiendo a las más arriesgadas tentaciones). Vamos, que decidimos redecorar al menos una tarde de esta vida en la que apenas podemos hacer frente a la hipoteca o encontrar un piso decente en alquiler recorriendo el señorial edificio que acoge esta feria de interiorismo, que es como una forma cool de interiorizar la pobreza de pedir. Entre salones de techos altísimos e historiadas molduras, a lo largo de galerías y pasillos más anchos que la mayoría de los estudios idealistas, dejando penetrar por los agujeritos de nuestras suelas la sensación mullida de unas alfombras que solo cabrían allí, vivimos un simulacro de lujo y confort que nos hizo olvidar que de pobres de pedir créditos al banco estamos pasando a marchas forzadas a pobres de pedir al banco que deje de reclamarnos las cuotas impagadas. Por el amor de Dios. De tan deprimente situación me di cuenta en CasaDecor, así que se supone que debería agracederle infinito que me haya abierto los ojos, aunque solo sea a lo que solo podré ver allí (ver y no tocar, como quien dice, a pesar de que yo no me resistiera a pasar las yemas de los dedos por las texturas más seductoras). Porque yo soy una de esas que no creían del todo en las previsiones más sombrías, o no quería creer, una optimista; de las que eran capaces de pronunciar frases como "crisis somos todos y lo fuimos siempre", frases así, un poco arty; de las que se proponían superar unos pocos días malos con actitud, que diría Jeff Keller. Positiva, claro. Digamos que en CasaDecor vi la luz de la oscuridad. Y la luz y la oscuridad, también: el maravilloso mural lleno galgos que la artista Eva Solano ha pintado por encargo del decorador Remigio Sierra Gudín y la horrible cama cubierta por el decorador Lorenzo Castillo con cadáveres de zorros despellejados. Indisolubles, ética y estética. Eso es así con crisis o sin ella.

En fin, para cuando tuvimos suficientemente claro que no podríamos cambiar ni la alfombrilla del baño; suficientemente oscuro que el precio de nuestro trabajo ha caído como si nuestro trabajo nunca hubiera tenido un precio, más allá del valor de las circunstancias; para cuando nos dimos cuenta de que éramos unos pobres de pedir más, nos fuimos a un bar de la susodicha calle de Velázquez a pedir uno de sus célebres gintonics. Se llama La Ruleta y corres el riesgo de un suicidio: por un par de copas exquisitas eres capaz de entregar lo último que te queda en la vida si no eres una pobre de pedir con una fortuna en el carrito de supermercado o una presidenta de la Comunidad con el precio de su trabajo devaluado un 5% más que el de cualquier pobre de pedir del montón. Lo entregamos. Lo último, digo. Y nos tomamos dos. Y nos fuimos a Joy Eslava al concierto de Sa Dingding, la Madonna mongola, la estrella del pop chino. A fin de cuentas, todo el mundo tiene los ojos puestos en China, ¿no? Hasta los pobres de pedir.

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