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OPINIÓN
Columna
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Fin de partida

Juan Cruz

-Ahora no se entiende nada; todo es gris, gris, negro claro. Todo el universo es gris, negro claro.

Da escalofríos escucharlo; se escucha ahora (se está dejando de escuchar: las representaciones acaban hoy) en el teatro de La Abadía, en Madrid. Es uno de esos meteoritos verbales que cruzan como un celaje rojo el silencio de Fin de partida, la obra de Samuel Beckett. Esa frase la dice Clov, un hombre al que da cuerpo una mujer, Susi Sánchez. José Luis Gómez es Hamm; Nagg (el padre) es Ramón Pons y Nella (la madre) es Lola Cordón.

Da escalofríos.

Beckett sintió ese escalofrío en 1953, y se prolonga hasta hoy su sensación de sumidero.

Cuando Clov, mirando por la ventana que deja adivinar un paisaje oscurecido por el azar del mundo, dice aquel parlamento sincopado ("ahora no se entiende nada..."), el auditorio ya se acostumbró a no respirar, o a respirar la actualidad, como si Beckett nos hubiera agarrado a todos por el cogote y nos hubiera llevado al basurero en el que su lucidez ahonda.

Claro, uno no puede dejar de pensar en la actualidad, y eso es lo que convierte Fin de partida en una metáfora que sigue existiendo una vez abandonas el teatro y te vas, por ejemplo, a Casa Mundi, a celebrar el Luca de Tena que le han dado al gran Leguineche. Pero aquella radiografía del mundo gris, gris, negro claro, persiste como un mandoble de hielo y de ceniza.

Las noticias están sonando ahora en todos los relojes, como sonaban en los poemas más duros de Ángel González o de Blas de Otero. Con sangre y con ceniza, el mundo roto y desanimado. Por la mañana había preguntado no sé dónde si hubo un instante en que empezó el pesimismo, y luego, en el teatro, hallé la respuesta en las primeras palabras que anoté entre todas las que Beckett iba metiendo en el basurero: "¿No crees que esto ha durado demasiado?", pregunta Hamm, metido como una piedra sangrante en una silla de ruedas que chirría. Clov deambula como si estuviera deglutiendo un drama que no se atreve a nombrar; al final Hamm le pregunta, como si hiciera esa pregunta ante el mundo que escucha lo que Beckett dice, tantos años más tarde: "Has sentido alguna vez un momento de felicidad". Y como Beckett es capaz de ascender a las florituras de las mariposas y descender al infierno de lo obvio le hace decir a Clov: "Que yo sepa no". Sciascia decía que la felicidad es un instante, tan sólo. Beckett no ve ni un instante, y el universo gris expresa esa negrura a través de una frase terminante, como un editorial en blanco y negro que sólo consiste en este grito: "¡Me cago en el universo!".

La comedia humana está en marcha. El pesimismo es ahora su protagonista. Araña lágrimas y araña hartura. "¡Me cago en el universo!". Es un momento maleducado del mundo, decíamos luego con José Luis Gómez, mientras él trataba de alimentar con tomate el ansia de persistir como un ser de este tiempo cuando en realidad todavía estaba arropado por el existencialismo brutal del absurdo que Beckett le había hecho decir. "Se acabó, Clov. Hemos terminado. Ya no te necesito". Cuando cayó el luto sobre el escenario, Beckett había escrito el editorial de nuestro tiempo.

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