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Columna
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La fumigación

David Trueba

La realizadora Sabina Guzzanti, en una entrevista con el canal internacional de la RAI, aseguraba que el cine neorrealista italiano, pese a contener una ácida crítica del país, había servido para que Italia fuera más querida y admirada en el mundo. Se sacudía así la acusación del Gobierno de Berlusconi de ser una mala patriota por mostrar en el Festival de Cannes su documental Draquila, sobre la manipulación y los intereses ocultos tras el terremoto y la reconstrucción de L'Aquila. Desde hace tiempo parece que para criticar la sociedad en la que vives fuera imprescindible compartir la vida de misticismo y austeridad de Santa Teresa. Desacreditar los discursos críticos demonizando a sus portadores se ha convertido en una estrategia manida. Lo natural sería desmontar los errores o las manipulaciones de la obra en concreto, pero no poner a funcionar la máquina de lluvia, esa que transforma a cualquier crítico en radical, maniqueo y rencoroso.

Pero la estrategia funciona. El espectador, que ya no se fía de nadie, va quedándose huérfano y solo. Ese tira y afloja ideológico fabrica monstruos de cada disidencia. Son máquinas de fumigar, que exterminan los desencuentros naturales que siempre han ayudado a hacer mejor la sociedad. Israel negaba a Noam Chomsky el permiso para cruzar la frontera jordana como semanas atrás impedía que el payaso Iván Prado viajara a Ramala para promover la risoterapia en territorios zarandeados. Y los extremismos se van acrecentando no ya sólo por la incapacidad de oír al contrario, sino por la obligatoriedad de detestarlo. El Gobierno francés acaba de lograr la liberación de la profesora Clotilde Reiss, retenida en Irán por haber hecho fotos con su móvil de las protestas contra el fraude electoral tras las elecciones presidenciales. Ha costado caro sacarla y el Gobierno de Sarkozy ha tenido que conceder a Irán beneficios a presos iraníes en cárceles francesas. Quizá allí la oposición no va a insultarlo ni tildarlo de blando ni cómplice del enemigo. En la era de la información global, el traslado de información, de opinión, de crítica, es tratado con mayor rigor que el tráfico de armas. Esto debería alentarnos y no desanimarnos. Estar informado consiste en escucharlo todo, no sólo utilizar la oreja que más nos conviene.

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