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OPINIÓN
Columna
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La ley del rey Canuto

El presidente del Gobierno y el líder de la oposición acordaron hace 10 días impulsar las fusiones de las cajas de ahorro y comprometer el apoyo de España al rescate de la economía griega. Parecía, así, que los dirigentes de los dos grandes partidos de ámbito estatal aparcaban sus diferencias sobre la crisis y renunciaban a su aprovechamiento electoralista para enfrentarse a la ofensiva de los mercados financieros contra la eurozona. El pasado fin de semana la situación se agravó hasta el punto de que la Unión Europea amplió la cuantía y el eventual destino de los fondos de rescate, a la vez que pidió a España y Portugal un ajuste de su déficit.

En su comparecencia del miércoles, el presidente del Gobierno respondió a esa demanda con un plan de ahorro del gasto público que tocaba los ingresos de los empleados públicos y la indiciación de las pensiones, pese a su anterior compromiso de no hacerlo. Si la política es el arte de lo posible, Zapatero tuvo la audacia y mérito de ampliar el territorio de lo políticamente factible a fin de extender los derechos de ciudadanía durante la bonanza de la primera legislatura; el repliegue temporal en ese campo es una estrategia obligada por la imposibilidad de sostenerlos económicamente en tiempos de crisis.

El presidente anuncia al Congreso de los Diputados duras medidas de ajuste contra la crisis

A ningún gobernante y a pocos participantes en la vida pública les gusta equivocarse en sus diagnósticos y pronósticos; y, menos aún, admitir que carecen de la libertad necesaria para acometer un curso alternativo a las decisiones que les han sido impuestas por las circunstancias. El narcisismo del presidente del Gobierno -cuyos pasados errores de apreciación parecieron inspirados en ocasiones por raptos de omnisciencia megalómana y de voluntarismo omnipotente- habrá quedado herido del ala. Pero, al menos, Zapatero ha tenido el valor moral y el coraje político de asumir sus responsabilidades. El líder de la oposición, en cambio, convirtió el hemiciclo en el polvoriento escenario de un mitin electoralista. Con la petulante ignorancia de un tertuliano de casino provinciano que pontifica sobre los mercados financieros, se limitó a poner como un pingo a Zapatero por no haber seguido sus vacuos, retóricos e imprecisos consejos.

Los cortesanos de Canuto el Grande atribuían a su soberano poderes taumatúrgicos; tal vez Rajoy también piense que su presencia corporal en la jefatura del Gobierno tendrá el mismo efecto ante la crisis. Irritado por esas supersticiosas creencias, al rey se le ocurrió la argucia de instalar su trono a orillas del mar para ordenar que las olas se detuvieran -sin éxito como era previsible- cuando empezara la pleamar. Si las regias ropas empapadas permitieron a sus súbditos entender que el flujo de las mareas no obedecía a la ley divina del monarca, tal vez la resistencia de las embestidas financieras a obedecer a los gobernantes ayude a los ciudadanos a comprender mejor las relaciones entre la economía y la política.

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