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Columna
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El fin de un proyecto

Francesc Valls

Hubo un tiempo en que Barcelona tenía alcaldes con ideas de futuro. Narcís Serra, que inauguró los ayuntamientos democráticos en la capital catalana, dibujó el eje Del Liceu al seminari. Lo acabó su sucesor Pasqual Maragall, sin duda el mejor alcalde, que destacó por su proyecto olímpico y por prediseñar la ciudad actual. Joan Clos a punto estuvo de derribar el listón con el ucrónico Fòrum de les Cultures y la lamentable fachada litoral. El ciclo lo ha cerrado Jordi Hereu. Lo que inicialmente debía ser, según proclamó el propio alcalde, un mandato sin grandes obras, ha acabado con propuestas como los Juegos Olímpicos de Invierno y el referéndum de la Diagonal.

Las gentes de cierta edad echan en falta una oposición de la talla de la capitaneada por Ramon Trias Fargas. Al igual que ha sucedido con el progresivo deterioro de la nómina de alcaldes socalistas, la bancada de CiU, desmoralizada por su condena eterna a la oposición, ha ido palideciendo poco a poco -con efímeros episodios de gran nivel, Miquel Roca es uno de ellos- hasta llegar a Xavier Trias, tan práctico y voluntarioso como incapaz de seducir con un proyecto de ciudad. Lo mismo es aplicable al eterno socio de gobierno del PSC, Iniciativa per Catalunya, o Partit Socialista Unificat de Catalunya en su anterior encarnación. Nombres y trayectorias que pusieron el acento social -soslayado en ocasiones por la brocha gorda socialista- como Jordi Borja o Lali Vintró, pasando por una trabajadora Imma Mayol, han cedido el paso a un escasamente político Ricard Gomà.

El equipo municipal ha acudido a la subasta de la Diagonal, que va a perder y que va ser el mausoleo de un proyecto agotado

Como en la gran política española o catalana, en Barcelona ha finalizado la era de los grandes nombres. Pero además, en el caso del Ayuntamiento de Barcelona, gobernado desde hace más de 30 años por una coalición de izquierdas, se ha agotado un proyecto. Estamos ante un fin de ciclo y todo apunta a que el referéndum de la Diagonal que hoy termina puede ser el monumento funerario de la mayoría que desde 1979 e ininterrumpidamente -con la irrupción de socios ocasionales- ha gobernado la ciudad.

La celebración de la consulta de la Diagonal ha sido un gran error. La participación se quedará al nivel o por debajo de la de los denostados referendos soberanistas. Si no hay sorpresas de última hora, no llegará ni al 15%, no ganará la opción de cambio ( la A o la B), y ello a pesar de que el Ayuntamiento ha invertido más de tres millones de euros en una extraña carrera hacia su haraquiri colectivo.

En esa huida hacia adelante a la que indefectiblemente lleva la política de escaparate, el ejecutivo de la ciudad se ha visto obligado -por el imperativo de su precaria mayoría, y con la inestimable ayuda de Esquerra Republicana y la lógica opositora de CiU- a articular un referéndum bajo el cartel publicitario de la participación ciudadana. En plena crisis, la convocatoria de un referéndum ha llevado a la mayor parte de la ciudadanía a votar la opción C, quizás y premonitoriamente C de cabreo. Se trata de una opción bien concreta, pues, si bien no dibuja qué tipo de Diagonal quiere, es capaz de reunir tras de sí al partido del descontento ciudadano: desde quienes protestan por el recorte de pensiones hasta los afectados por el paro. Cuando la izquierda gobierna, el escaparate no debería sustituir a la realidad. Y menos cuando lo cotidiano es tan duro como en la actualidad.

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La participación ciudadana real se ha aparcado. El paradigma del final de etapa que vivimos es el caso de la concejal Itziar González. Se fue hace unas semanas por agotamiento la edil que culminó con éxito en su día el proceso participativo de la plaza de Lesseps. Recogió con paciencia las propuestas ciudadanas fruto de meses y meses de diálogo, y las canalizó hacia los arquitectos, que acabaron traduciendo y diseñando -como debe ser y mandan los manuales- la plaza. Fracasó parcialmente su plan de usos de Ciutat Vella. A ello contribuyó, entre otras cosas, la cobardía de un partido, el PSC, incapaz de encarar por cálculo electoral un debate serio sobre el problema de la prostitución. Itziar González se agotó, más que de hablar con los vecinos, de batallar contra los oídos sordos y, a veces, las zancadillas de sus compañeros de gobierno. Ella entendía que la participación ciudadana es diálogo. El equipo de gobierno ha preferido acudir a una cara subasta refrendataria que va a perder y que puede acabar siendo su mausoleo. El mausoleo de un proyecto agotado.

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