Merienda en la Diagonal
¿Buscaba el Ayuntamiento un éxito, o sea, un asunto del que hablara todo el mundo, que encendiera polémica, asombrara por su osadía o por su vuelo gallináceo y, sobre todo, sirviera para entretener al personal en épocas de crisis? Voilà, ale hop! Nada mejor que apuntar al corazón ciudadano: la Diagonal, esa calle mítica que siempre ha dividido la ciudad entre los de arriba y los de abajo, los privilegiados y los dejados de la mano de Dios, ha sido el cebo que garantiza toneladas de ruido. Que ese es el éxito que cuenta en la sociedad mediática. Así que cuanto más jaleo, polémicas, gritos o contratiempos, mejor: se habla del Ayuntamiento y de su alcalde (aunque sea para discutirlo).
No suelo entrar en asuntos que, como el de la Diagonal, generan ríos de tinta y en los que la pluralidad de opiniones es abrumadora (no creo que haya dos ciudadanos con idéntica visión de la Diagonal o de casi nada). Y no hay que confundir el bla-bla-bla con esa búsqueda de participación que queda ya en un extraño y descontrolado voto (¿qué garantías tiene el tinglado, la consulta?). Pienso que el dicho "de buenas intenciones está el infierno lleno" va como anillo al dedo al tema Diagonal. No me tengo por inmovilista, pero desconfío de presuntas innovaciones que son modas insustanciales. Tengo claro que no soy urbanista y que mi opinión en este tema tiene límites. Efectivamente: soy de otra época.
Creo que nuestros representantes políticos municipales (¿ya han olvidado que les votamos?) son quienes deben tomar este tipo de decisiones: ¿por qué nos endosan el muerto? ¿Por qué no se atreven a decidir ellos (para eso les pagamos)? ¿Se trata de que votemos (nosotros) el fin del coche privado en la Diagonal para evitar (ellos) prohibir claramente el automóvil en la ciudad (y enfrentarse a la industria del automóvil)? ¿O se intenta que, a través del tranvía (concesión privada), se bendiga una oculta privatización oligopolista del espacio público?
Una aparente tontería, el voto ciudadano sobre la Diagonal del futuro, deriva en engrudo de intereses difíciles de desenredar. No estaría de más que alguien nos los hubiera explicado. Nos tratan como niños tontos. Y nos dan merienda.
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