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AL CIERRE
Columna
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"Un barri digne"

Hace poco, un profesor extendía ante unos turistas un plano del Raval: "Aquí viven los marroquíes, aquí los dominicanos, aquí los subsaharianos, aquí los paquistaníes...". Entonces un turista le preguntó algo elemental: "¿Y dónde viven los catalanes?".

Catalanes nunca hubo muchos en el Raval, que creció como un barrio ajeno a la ciudad, pese a estar en su alma y pese a ser en Barcelona una leyenda viva. Allí las Raquel Meller estrenaron voz, piernas las cabareteras, nostalgia los clientes del London Bar, sexo las inmigrantes que no tenían otra cosa. Millones de barceloneses estrenaron algo santo y sencillo: estrenaron noche. Hubo casas de juego con mesas donde no podía faltar una cosa: unos manteles muy largos. Así, cuando llegaba la policía, los burgueses podían esconderse bajo ellos y sacar sólo las manitas con un duro, que era la tarifa.

El Raval estuvo tan lleno de vida que rebasó sus límites y llegó hasta el Poble Sec, donde dejó en El Molino una parte de su alma. Y dejó su revolución en un bar llamado La Tranquilidad, donde los anarquistas preparaban sus bombas. Dejó también la poesía de la revolución en sus calles. Porque las revoluciones tienen una poesía amarga: dicen que los poetas son lo que queda de la barricada cuando todos sus defensores han muerto.

Y ahora el Raval está muriendo también, porque sus habitantes piden "un barri digne". Quiere decir que no aceptan su cadáver. Cuando cesaron la leyenda y la diversión, cuando se fueron las damas y se acabó esa cosa tan sencilla que llamaban "sábado noche", el Raval se fue llenando de viejos indefensos que ya habían olvidado los sábados y se encerraban en sus pisos cercados por los especuladores. Y de traficantes de droga que habían ocupado sus calles y a los que no parecía sitiar nadie.

La gran Barcelona quizá le ha quitado al Raval su alma, pero le ha dado muchas cosas para dignificarlo: museos, universidades, una rambla y hasta un hotel con pijamas de seda. Pero los dos grandes problemas siguen vivos y hay que darles una solución de barrio digno. No se puede querer conservar sólo una vieja poesía y dejar a los vecinos muertos en la barricada.

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