El premio

Es tal la cantidad de premios que se reparten en un año, que si Sócrates levantara la cabeza se sentiría un fracasado absoluto, él que no recibió más galardón que un trago de cicuta. Esta semana El PAÍS entregó sus premios de periodismo Ortega y Gasset. Y entre otros, premió a la redacción de Nacional del diario El PAÍS. Si pillo un buen patrocinio para montar los premios David Trueba me otorgaré a mí mismo el justo galardón al Estúpido del Año. Antes voy a esperar a que el príncipe de Asturias reciba el Príncipe de Asturias, que ya es hora. En el discurso de Juan Luis Cebrián, que acompañó la entrega de galardones, se podía leer un cierto tono de autocrítica por la manera de afrontar la llegada de las redes sociales y la comunicación virtual por parte de las grandes empresas de comunicación. La oportunidad de negocio no ha sido tal y los periódicos se han debilitado enormemente. Incluso alguien podría entender como síntoma de decadencia mi contratación.
Sin fortaleza empresarial ningún medio de comunicación puede proteger a sus periodistas de las presiones del poder político y económico. Tan evidente como que un país sin periódicos es un país de terror. Pero el silogismo obligaría a pensar que la empresa de un periódico tampoco tendría que vincularse a otros muchos negocios, que le hicieran multiplicar quizá sus ingresos, pero ir perdiendo su ideal de independencia. Los periódicos siguen siendo el nutriente de tertulias, programas, blogs, noticiarios, son la teta inagotable de eso que llaman información global como si la información lloviera del cielo y no del esfuerzo profesional. Intuyo que detrás de la decisión de EL PAÍS de premiar a EL PAÍS hay un zarpazo de orgullo. Su rastreo de la trama Correa les ha enfrentado a poderes que hasta ese momento actuaban con la impunidad como traje. Ese mismo orgullo de levantar un periódico cada día es el que tendría que disipar las eternas dudas sobre el futuro del periodismo. El futuro es hoy. Porque es donde se sitúa el lector. El cliente da un premio cada día a los periodistas cuando se rasca el bolsillo y se sumerge en la jornada contada por ellos.
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