El país de las maravillas

De pronto me dio por pensar, un ejercicio que procura algún dolor de cabeza que otro, pero también sensaciones que no alcanzan al placer de un orgasmo, pero tienen virtudes reparadoras y altamente gratificantes. Recapitular también tiene algo que ver con el placer, aunque se cuelen algunos datos que uno creía haber archivado en la papelera de su vida. Aquellas pequeñas cosas, que decía Serrat.

Pensar, recapitular, reflexionar, que es lo que solemos decir algunos que hacemos cuando en realidad nuestra intención es planchar la oreja contra la oreja mayor del sofá. Y me dio por pensar al oír algunas cosas, como, por ejemplo, que el País Vasco tiene las pensiones más altas de todo el país. Ahora que se han puesto de moda esas agencias que evalúan y dictan si un país está en crisis (y que, según me explican los que entienden de estas cosas, suelen hacer negocio con ello), nos rearmamos con ese cúmulo de estadísticas que nos vienen a decir lo que pensamos de esto y aquello sin que nadie nos haya preguntado.

Tenemos las pensiones más altas del Estado, que supongo que no deja de ser la media entre los que más cobran y los que menos cobran. No sé si esto le gratifica al que menos cobra y a los que no sabemos si habrá estadísticas cuando nos llegue la hora, porque igual ya no hay pensiones sobre las que echar cuentas. Y me entero también de que vascos y gallegos somos los que decimos sufrir en menor medida la contaminación acústica. Otro asunto muy peculiar, porque la verdad es que yo siempre hubiera pensado en Cuenca o Ciudad Real, por poner dos ejemplos, antes que en Bilbao o Vigo, pero dicen las estadísticas que es así, y no seré yo quien le lleve la contraria a un ordenador infalible.

También dicen que tenemos el mejor transporte público y lo mismo se decía de la sanidad vasca y de la red de carreteras. Hay muchas estadísticas que nos dicen que somos felices o, por lo menos, más felices de lo que creemos. Lo que pasa es que cuando se hace una estadística sobre si creemos en las estadísticas, casi siempre sale que no. Y vuelta a empezar. Pero en ese círculo infernal yo me he permitido el lujo de sentirme un tiempo feliz, orgulloso de mi país, de sus gentes, del nunca bien ponderado espíritu emprendedor de los vascos,...

Pensar no es malo, he pensado. Y pensando y recapitulando he acabado reflexionando contra la oreja del sofá. Y me he olvidado de ETA y del tráfico y del paro y de los jueces y de la bronca política; escribiendo entre sueños Eduardo en el país de las maravillas, hasta que me ha despertado un golpe seco, helado: Tolo Calafat ha muerto, sepultado en la nieve del Annapurna, su montaña temida, la montaña sagrada. Y vuelta a la estadística: el Annapurna se cobra el 40% de las visitas que recibe. Ésta sí es verdad. La muerte nunca miente.