El odio político y los medios de comunicación en EE UU
"Probablemente sería justo decir que la cacofonía de los actuales medios de comunicación -en los que el rumor y la invectiva frecuentemente desplazan a los hechos, en el que se sientan a gritos solemnes reflexiones, en el que es posible que la gente crea estar plenamente informada sin haberse aproximado siquiera a una idea que contradiga sus prejuicios- juega un cierto papel en la polarización de nuestro sistema político y en el creciente cinismo del electorado".
Aunque cualquier lector pueda pensar que esta opinión alude a su propio país, fue expresada este domingo por el director de The New York Times, Bill Keller, y hace referencia a la situación de los medios de comunicación en Estados Unidos, donde cada día crece la preocupación por su responsabilidad en el deterioro de la convivencia política.
La población atribuye a las empresas periodísticas parte de la culpa de la tensión que vive el país
Los medios de comunicación han gozado siempre de un gran reconocimiento en este país, que los tiene por uno de los pilares fundamentales de su democracia. Cuando Estados Unidos se extendió hacia el Oeste a lomos de caballos y encima de carretas, en el siglo XIX, los periódicos eran con frecuencia el único referente de civilización en un entorno salvaje. Desde entonces, su papel fue creciendo hasta convertirse en la enseña de una superpotencia, a la par de sus fuerzas armadas, sus universidades o su gran industria. Watergate ocupa el mismo espacio de gloria en la historia norteamericana que la liberación de los esclavos o el desembarco de Normandía.
Ese reconocimiento está hoy seriamente puesto en duda. Como prueban encuestas recientes, la población atribuye a los medios de comunicación gran parte de la culpa por el clima de tensión que la sociedad norteamericana vive desde hace algún tiempo y, de forma más agudizada, en el último año, tras la elección de Barack Obama. Entre los nombres citados por los ciudadanos como promotores del odio, además de varios políticos, aparecen periodistas como Glenn Beck y Rachel Maddow, aunque el primero es doblemente mencionado.
Beck es la máxima figura de Fox News y dedica su programa diario a alertar constantemente a la población sobre las supuestas intenciones de Obama de rescindir sus derechos y libertades. Maddow es una de las estrellas de MSNBC -el canal de noticias 24 horas de NBC- y su éxito está basado en la defensa sin complejos de las ideas de la izquierda frente a lo que considera una campaña intimidatoria de parte de la derecha. De alguna manera, comparten lenguajes y actitudes inusuales en un país en el que los periodistas tienen prohibido por sus empresas declarar sus afinidades políticas o participar en cualquier acto de campaña electoral -incluidas donaciones anónimas- con el fin de preservar su independencia.
Beck y Maddow sólo son, en todo caso, el símbolo de los tiempos que corren. La propia MSNBC acaba de despedir a un periodista que se quejó en antena del comportamiento sectario de Keith Olbermann, uno de sus presentadores más famosos. Y eso es nada comparado con la persistente campaña de casi todos los programas de Fox, que se ha convertido en los últimos meses en el principal motor y altavoz del movimiento ultraconservador Tea Party. Incluso las páginas de opinión del respetado The Wall Street Journal han adquirido, desde que el diario fue comprado por Rupert Murdoch en 2007, un tono belicoso y parcial incoherente con la nobleza de esa cabecera.
Pero la realidad es que The Wall Street Journal es el único de los 25 mayores periódicos norteamericanos que aumentó su circulación en el último año y que los programas de la Fox incrementan su audiencia al mismo ritmo en que descienden las ventas de The New York Times. La televisión conservadora, también propiedad de Murdoch, es la primera entre las cadenas de noticias. Beck, Maddow y Olbermann son, para desaliento de los nostálgicos de Walter Cronkite, los principales éxitos de sus respectivas compañías.
Las dudas sobre el papel de los medios de comunicación coinciden, además, con la incorporación al periodismo influyente de diversas propuestas de la prensa en Internet. Difícil aún de calibrar su efecto final, el auge de ese sector ha contribuido, cuando menos, a agravar la confusión y el desánimo entre los medios tradicionales.
Este panorama tuvo ya su influencia, seguramente, en elecciones pasadas. Obama, por ejemplo, se vio favorecido por el acceso del electorado joven a la difusión de su candidatura en la web. Pero está todavía por ver cómo podría ser este país sin el predominio de grandes medios de comunicación independientes, ilustrados y prudentes. Es conocida la consideración de Thomas Jefferson de que, puesto a elegir entre democracia y prensa libre, se quedaba con lo segundo. Se han escrito centenares de volúmenes sobre esta compleja disyuntiva. Pero Estados Unidos se enfrenta ahora a ella con más motivo y riesgo que nunca.
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