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Columna
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Puntas de interrogación

La significación del Museo Guggenheim para Bilbao, y por lo tanto también para Euskadi, como motor de transformación y de enriquecimiento -y no me refiero sólo a lo material-, es no sólo evidente sino además emblemática. Una significación de las que se puede decir que han alcanzado el estatuto, el cielo, de lo simbólico. Y los símbolos llaman mucho la atención pero también necesitan que se les dediquen atenciones: merecen ser tratados con una consideración y un rigor que estén a la altura de lo que representan.

El símbolo que constituye el Museo Guggenheim de Bilbao lleva tiempo poco atendido o más bien vapuleado. Y considero una prueba evidente de ello el hecho de que los debates y las noticias que mayormente protagoniza no tienen que ver con sus contenidos, es decir, con su razón de ser como museo -con las exposiciones e iniciativas que organiza, con los artistas y las obras que acoge- sino con su administración. Y la verdad es que resulta más que deprimente que la atención mediática que podría dispensarse a hechos de Cultura tenga que dedicarse a actos de gestión. Una gestión que se ha caracterizado, estructuralmente, por lo que llamaré, no sé si con un exceso de blandura, resistencia a la transparencia. Su forma jurídica, por ejemplo, es de las que no han exigido que sus actividades se auditasen periódica, sistemáticamente (se ha esperado años para que se realizara la primera auditoría) con las lamentables consecuencias de todos conocidas, y que hoy suscitan interrogaciones que considero no sólo legítimas sino ineludibles.

Porque, ¿qué tiene que pensar el ciudadano vasco cuando le escucha decir a la Consejera de Cultura que el Gobierno, que quiere intervenir en los órganos de gestión del Museo, no puede hacerlo porque a esa intervención se opone la Diputación de Vizcaya, que participa al 50% en el Consejo de Administración de la Sociedad Tenedora? ¿Qué tenemos que pensar los ciudadanos de esa negativa a que se estudien las operaciones de cambio de divisas que supusieron una pérdida de más de ocho millones de euros, cuando además hablamos de dinero público?

O ¿cómo puede explicársele al ciudadano vasco que el cargo de director del Guggenheim Bilbao es compatible con el de director general de Estrategia Global de la Fundación Solomon R. Guggeheim? ¿Con qué argumentos convencerle de que esa situación de suma de responsabilidades, que en estos momentos se da, es la más adecuada para la gestión de sus intereses ahora mismo y en un futuro, ya cercano, cuando haya que (re)plantear o renegociar la prórroga del contrato que vincula al museo bilbaíno con la institución americana? Insisto en que considero que estas preguntas no son sólo pertinentes sino además obligadas, y que merecen respuestas en absoluto evasivas, del todo concluyentes. No me parece que deban planear sobre el Guggenheim Bilbao puntos de interrogación que hieren su prestigio y su símbolo como puntas.

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