Viaje a otro mundo
Esta semana he convivido en sus tierras con una familia saharaui, y la experiencia será difícil de olvidar. Sin luz, casi sin agua, en sus jaimas y sus casas de adobe, malviven de la ayuda humanitaria y de la ayuda de los cientos de españoles que todos los años viajan a sus campamentos, además de los ingresos que generan los cerca de 9.000 niños que viajan todos los años a España para pasar los meses de verano con las familias españolas.
Lo que más me ha sorprendido es la felicidad de los niños, que los hay a cientos; la alegría en sus juegos que disfrutan descalzos, la felicidad de aquel que no espera otra cosa, sino jugar con sus amigos al fútbol, ajenos a la realidad.
Contrasta con la desazón de los jóvenes que con 20 años no tienen más que hacer, sin futuro, sin dinero ni perspectivas de ningún tipo. No hay trabajo, no hay ilusión, no hay nada que hacer. De niños pasan a jóvenes, y de jóvenes a viejos. No se puede salir del "país", no se puede vivir y su prosperidad depende de que alguien se acuerde de su existencia, pero ese alguien, llámese ONU, EE UU, Europa o Marruecos, no tiene ningún interés en solucionar el problema.
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