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La 'catedrala' de Carabanchel

Los rumanos ortodoxos tendrán un lugar de culto genuino en la capital

Pablo de Llano Neira

"Românca, românca, nu vorbesc spaniola". Valerica, 79 años, natural de Teleorman (Rumania), miraba hacer en el altar al patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana, Daniel Ciobotea. Él, vestido con una túnica blanca de florituras doradas; ella, con una chaqueta gruesa, falda hasta los tobillos y un pañuelo tapando su cabeza canosa. Durante dos horas en pie, sólo apartó la mirada del sacerdote para excusarse ante el periodista: "Rumana, rumana, no hablo español".

Más de 600 rumanos madrileños, o madrileños rumanos, se juntaron ayer a las nueve de la mañana para bendecir la catedrala del ensanche de Carabanchel (distrito de Latina), el primer lugar de culto genuino en la Comunidad de Madrid para los cristiano ortodoxos venidos de Rumania.

"Hasta el momento hemos utilizado locales de la Iglesia católica para los oficios ortodoxos", explicó Teófilo Moldovan, sacerdote de la Iglesia ortodoxa rumana Santísima Virgen María de Madrid, llegado a España hace 30 años y doctorado por la Universidad Pontificia de Salamanca.

Ayer se colocó la primera piedra del futuro templo en un descampado de 2.500 metros cuadrados cedido por el Ayuntamiento de Madrid para los próximos 75 años. Para el acto se montó una gran carpa en la que no cabían los feligreses. Gheorghe, de 46 años y vecino de Vicálvaro, recordaba que esto mismo, reunirse en una iglesia, no fue posible hasta los años noventa, tras la caída de la dictadura comunista: "Ceausescu pensaba que la gente se juntaba en las iglesias contra el régimen... Muchos de estos sacerdotes se tuvieron que exiliar".

En el altar ofició el patriarca Ciobotea, jefe de la iglesia rumana, rodeado de sacerdotes de países como Francia, Portugal e Italia, componiendo entre todos una escena de sotanas y barbas largas poco ortodoxa para un barrio como Carabanchel. Mihaela, de 32 años, que acudió con otros compatriotas desde Asturias, detallaba el porqué de las barbas: "Según la tradición ortodoxa, los curas tienen que llevar la barba y el pelo largos, como Jesús, y las mujeres el pañuelo en la cabeza, como la Virgen", pese a que ella llevaba su cabello suelto y sin rastro de telas. "Se me olvidó", se excusaba sin ánimo de resultar convincente. A su lado, las señoras mayores, más escrupulosas, vestían bonitos pañuelos anudados a las quijadas. Y los mayores, con rostros humildes, color oliva, seguían el asunto circunspectos, con trajes de paño negro y camisas blancas abotonadas hasta arriba.

Los jóvenes no se definían por su aspecto, sino por una extraña mezcla de fervor religioso y tecnológico. Cantaban los sacerdotes en el altar y ellos, enfrente, permanecían con sus móviles y cámaras digitales en alto. "Esto es un acontecimiento único; no todos los días se construye una catedral", hacía constar Ioana, una vecina de Fuente el Saz de Jarama.

La ceremonia, más ruidosa y cantarina que las misas católicas, se ofició en rumano, con lecturas como el Padrenuestro, pero en su lengua: "T¯at¯al nostru care esti în ceruri, sfinteásca-se numele t¯au" (Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre).

"Ya estamos por fin en nuestra casa", dijo al final, solemne, el sacerdote Moldovan. "En nuestra querida aldea de Madrid, de corazón universal".

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