En la muerte de un padre
Antonio Barrera hizo el paseíllo mientras su padre yacía de cuerpo presente en el tanatorio sevillano de Alcalá de Guadaira. La noticia tiene su miga. Es muy serio que, en circunstancia tan adversa, un hombre haga de tripas corazón y se vista de luces para someterse al veredicto sumarísimo del toro. Será verdad que el torero está hecho de otra pasta; hay que estarlo, sin duda, para jugarse la vida sin trampa ni cartón a cambio de una gloria casi nunca alcanzable. Hay que estarlo para superar un acontecimiento tan triste como el que ayer le tocó a Barrera.
Y Sevilla, tan señorial y generosa, le respondió con el cariño que la ocasión requería. Guardó un minuto de silencio al final del paseíllo; roto el desfile torero, una cerrada ovación obligó al torero a salir al tercio para agradecer el apoyo. Cuando los clarines anunciaron el último tercio, Barrera encaminó sus pasos hacia el centro del ruedo, levantó la mirada hacia el cielo y Sevilla, con los vellos de punta, le acompañó en un brindis interminable. Mientras el torero se santiguaba parsimoniosamente con la montera en la mano, se vivía un momento de intensa emoción. Sin duda, también en el cariño se manifiesta la grandeza del toreo.
El Torreón / Barrera, Bolívar, Cortés.
Toros de El Torreón -el cuarto, devuelto al partirse un pitón-, bien presentados, muy blandos, nobles y sosos. Destacaron segundo y tercero. El sobrero, del Conde de la Maza, inválido y deslucido.
Antonio Barrera: estocada (ovación); media y dos descabellos (silencio).
Luis Bolívar: estocada caída (ovación); media baja (silencio).
Salvador Cortés: estocada (ovación); dos pinchazos y media (silencio).
Plaza de la Maestranza. 14 de abril. 7ª corrida de abono. Media plaza.
Sevilla, con los vellos de punta, le acompañó en un brindis interminable
Antonio Barrera intentó hacer honor al brindis, y su porfía fue insistente ante la sosísima embestida de su primer toro, un desecho de bravura, al que consiguió robarle una corta tanda de derechazos y un par de naturales. Su esfuerzo no se tornó en éxito, pero quedó el gesto, que no es menos importante. Tampoco le ofreció posibilidades el cuarto, un sobrero sin fuerzas ni calidad, que no le permitió confianza alguna.
El caso de Bolívar y Cortés es muy distinto. Ambos tuvieron en sus primeros toros ese animal con el poderío muy justo, pero rebosante de nobleza, que va y viene a la caza y captura de una muleta inspirada. Ahí reside el misterio, en la inspiración. Y ni uno ni otro andan sobrados de tal cualidad, de tal modo que Bolívar hizo una labor de más a menos que hizo creer lo que no fue, quizá porque no se colocó en el lugar adecuado, quizá porque le faltó pasión y aroma. Y Cortés se las vio con el mejor de la tarde, el tercero, pero tampoco su muñeca desprende magia y se notó a leguas la desigualdad de calidades. El toreo de Cortés no dijo nada; la embestida de su oponente, sí. Lo había recibido de rodillas en la puerta de chiqueros y su hermano, Luis Mariscal, colocó un soberbio par de banderillas al que acompañó la música. Los dos últimos toros, desfondados y muy deslucidos, sólo ofrecieron aburrimiento. Cortés volvió a la puerta de toriles, pero su gesto no obtuvo recompensa.
Había quedado patente, no obstante, que frente a la fragilidad de ser humano destaca la dureza rocosa de un ser diferente al que llamamos torero.
Babelia
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