Ansiolíticos
Dícese de lo que disuelve o calma la ansiedad. Están los productos químicos específicos, y están -mucho más habituales- las prácticas que pueden tener efectos similares. Prácticas que ofrecen alguna satisfacción inmediata, como la comida, la bebida, las compras o el sexo. U otras, con efectos tal vez más duraderos. Rafael Sánchez Ferlosio, en sus incisivos "pecios" del domingo pasado, argüía: "Ansiolíticos. Parece verosímil que haya sido esa nueva ideología o religión del Pensamiento emocional y positivo, hija del secular y acrisolado anti-intelectualismo americano, la que ha lanzado a la opinión ese irresponsable principio de que 'las crisis' -sin más determinación- abren las mayores posibilidades de cambio y de mejora".
Según Ferlosio, el "pensamiento positivo" funciona entre nosotros como un potente ansiolítico. Cientos, miles de libros de autoayuda -convertidos en best sellers- triunfan en las librerías con un mismo mensaje: tú vales mucho, tú puedes; si quieres, puedes; aprende a quererte, aprende a querer tu vida; piensa en positivo y atraerás lo positivo, piensa en negativo y atraerás lo negativo; tu vida está en tus manos, cambiando tu actitud, cambiarás de vida; no hay situaciones sin esperanza, controla tus emociones y controlarás tu vida... Cualquiera que sepa expresar estas ideas con un poco de soltura o gracia puede triunfar -con el marketing adecuado- en el mercado editorial occidental. Y es que siempre hemos necesitado, y siempre necesitaremos, vendedores de esperanza.
No se trata de un invento americano (aunque es probable que sean ellos los que con más éxito lo hayan 'reinventado' en la época contemporánea). Se percibe ahí la influencia estoica y epicúrea de la apatía y la ataraxia: la idea de que uno no puede controlar el destino, pero sí, en cambio, nuestras reacciones ante él. No es fácil cambiar el mundo, más fácil es adecuar nuestras expectativas, deseos y acciones a esa inmensa fuerza ajena. Para sufrir menos, claro está, para conformarse mejor, para ser más feliz aún en medio de la tormenta. O en medio de la crisis, presentada como oportunidad para reiniciarse y mejorar. Así se inventa y reinventa, una y otra vez, la alquimia para convertir lo que es motivo de sufrimiento en motivo de crecimiento.
¿Qué es entonces lo malo de tanto "pensamiento positivo"? Que crea la ilusión de que existen "soluciones biográficas a contradicciones sistémicas" (Ulrich Beck). Es decir, que disuelve el homo politicus en el homo psychologicus. Que difumina el hecho de que gran parte de nuestros conflictos no tienen un origen psicológico, sino social, político y económico, y que su mejora ha de pasar también, necesariamente, por el esfuerzo intelectual de comprender esas complejas dimensiones sociales y de promover soluciones políticas. En pocas palabras: lo peligroso de muchos ansiolíticos es que funcionan como narcóticos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.