La hora del desarme
El acuerdo entre EE UU y Rusia es un primer paso necesario hacia un mundo sin armas nucleares
El acuerdo de desarme nuclear entre Estados Unidos y Rusia ahora alcanzado es el primero de la época pos-soviética y sustituye al que firmaron en 1991 Gorbachov y Bush padre. Es mucho más que una nueva victoria política para Obama, tras la aprobación de la reforma de la sanidad. El principal valor del nuevo tratado, pendiente de ratificación por el Senado y la Duma, reside en que confirma la vigencia de un objetivo internacional abandonado desde el final de la guerra fría: conjurar el empleo de un armamento capaz de poner en peligro el futuro de la humanidad.
La negociación para establecer reglas sobre los respectivos arsenales atómicos es sólo el primer paso imprescindible para, creadas las condiciones de confianza internacional, abordar el horizonte de un mundo libre de armas nucleares. No es un sueño, como tampoco lo era en su día acabar con las armas químicas. Y con más razón que en el caso de éstas, se trata de una necesidad de supervivencia.
El nuevo acuerdo, aunque limitado en las cifras, resulta crucial en términos políticos y diplomáticos. Es cierto que la reducción del 30% asumida por las partes sólo se refiere a las cabezas estratégicas desplegadas, no a las almacenadas. Y también que no afecta a los arsenales tácticos, aunque éstos se componen de artefactos de potencia similar a los de Hiroshima y Nagasaki. No era razonable esperar que ninguna de las dos mayores potencias nucleares deteriorase su capacidad defensiva justo cuando algunos países aspiran a hacerse con el arma atómica, pero sí que lanzasen el mensaje necesario para legitimar la posición del desarme. Ese mensaje ha sido lanzado, sentando las bases para la trascendental revisión del Tratado de No Proliferación (TNP) que tendrá lugar el próximo mes de mayo. La reunión que Obama ha convocado en Washington antes de esa fecha pretende impedir, por otra parte, que los avances en la contención de la proliferación queden en entredicho por una vía tal vez más peligrosa, como sería la dispersión de este género de armas en manos de actores no estatales, especialmente grupos terroristas.
El discurso que Obama pronunció en Praga hace un año reafirmando su compromiso con el desarme nuclear va tomando forma, y no fue, como se dijo, un canto ingenuo, sino una estrategia diplomática bien concebida y eficazmente ejecutada. Las mayores dificultades para avanzar en el desarme nuclear seguirán encontrándose en Irán y Corea del Norte, no sólo por el desarrollo sin control internacional de sus respectivos programas sino por la reacción que están provocando en su entorno regional, capaz de desencadenar una peligrosa carrera al alza. Pero, junto a ello, la revisión del TNP deberá hacer frente también a un problema nunca resuelto y cuyo tiempo de hibernación parece agotarse: qué hacer con las potencias nucleares que no lo han firmado. El caso de Israel es significativo, puesto que será difícil abordarlo al margen del programa iraní.
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